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    La semana pasada empecé "El barco de esclavos", de Marcus Rediker, pero abandoné la lectura - o quizá la aplacé, no lo sé - abruptamente. Y no porque el libro no la merezca, que al menos hasta donde llegué me pareció una obra muy bien documentada y escrita, sino porque de pronto me di cuenta de que estaba harto de leer sobre injusticias, masacres, genocidios... El tráfico de esclavos fue una monstruosidad, y conviene estar informado para que no te la contextualicen a su manera los que luego tanto se indignan cuando tiran la estatua de algún cantamañanas al río. A otros, personas de carne y hueso, y no implicadas que sepamos en asuntos tan repugnantes, los arrojaban al mar o a plantaciones donde los cosían a latigazos, y la verdad es que cada vez me convence menos esa excusa de que eran otros tiempos y otra mentalidad, sobre todo considerando que todavía hoy los hay que tienen más o menos la misma y se hacen los locos con lo que sigue pasando en ciertos mares, cultivos o minas, donde aún se trabaja a punta de pistola o por un salario miserable sin que nadie ignore en la práctica que eso sucede a gran escala. Esa es en el fondo la mentalidad, y sigue presente, y por lo que dicen las encuestas cada vez más, aunque hayan variado algunos conceptos y se explique la película de otro modo. Quizá dentro de muchos años, cuando los historiadores del futuro se esfuercen en entender nuestra época - buena suerte, amigos - los habrá que sigan con la matraca de que en el siglo XXI el personal veía las cosas así y blablablá, basándose en las declaraciones, ideologías y actos de los grandes próceres que se beneficiaron con tantas muertes y dolor innecesarios. Concluirán que la población en general aceptaba ese estado de cosas, que esa era su - o nuestra - manera de interpretar la realidad, y que por tanto no se debe juzgar con tanta severidad lo que estos sinvergüenzas de hoy hacían (o hacen, quiero decir). No cometáis ese error, queridos: aceptamos este estado de cosas porque no nos queda otra, no por gusto o convicción, como lo hicieron en su día buena parte de nuestros antepasados, que simplemente luchaban por llegar a fin de mes y nada más. No era una mentalidad; era una imposición, un relato que se contaba y se cuenta desde arriba para ocultar que la realidad de ese vecino de otro siglo o continente es en parte la tuya también. Que lo sigue siendo.

   Cuando leí la biblia del capitalismo ("La riqueza de las naciones", de Adam Smith), que la leí, uno de los capítulos que más me impactó fue precisamente el que dedicó a la esclavitud. Por supuesto la analizaba sobre todo en términos económicos, y al final llegaba a la conclusión de que salía más cara que tener asalariados. Con pluma y tintero se puso a echar números, y comprendió que entre capturar los esclavos, transportarlos, comprarlos en el mercado, mantenerlos, darles una mínima atención médica para no tener que adquirir otros, vigilar el negocio, perseguir a los fugados, sofocar revueltas - que eran constantes y a veces durísimas - y demás potenciales contratiempos, pagar unos pocos centavos al mes a trabajadores que se matarían por conseguir ese puesto de trabajo para sobrevivir y que correrían con el resto de los gastos de su bolsillo era un auténtico chollo, por no hablar de los aspectos éticos y tal. La esclavitud se abolió cuando dejó de ser rentable y porque dejó de serlo ("Los jacobinos negros", C.L.R James, etc.) ante un sistema de explotación de recursos y personas más eficaz, que por eso mismo ganó las guerras teóricas y militares que hubo; ante una nueva manera de manejar el cortijo y el cortejo de los pueblos que ofrecía superiores ventajas financieras con muchos menos inconvenientes. Pero la mentalidad final era la misma, idéntica, y si nos ponemos a analizar con lupa los archivos hasta llegaríamos a descubrir que buena parte de los apellidos y linajes también. Por no hablar de que el país de la libertad, o sea, EEUU, es a día de hoy el país con la mayor población reclusa del mundo. Una de cada cinco personas presas está encarcelada allí, y haciendo trabajos forzados, que todavía son legales, para numerosas empresas a menos de un dólar la hora más los descuentos... O los cuentos, bueno, que visto lo visto cualquiera distingue ya. Se sospecha que alrededor de un 15% son inocentes de lo que se les acusa, y que un porcentaje altísimo están allí por llevar unos porros encima y poco más. Adivine el color y origen histórico de esta enorme minoría... y luego localice las siete diferencias en la mentalidad, si es que puede. 

 

    

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