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Mostrando entradas de agosto, 2021

90.

    Dice Antonio Turiel, científico del CSIC, que "si la temperatura global aumenta tres grados, en España sólo sería habitable la cornisa cantábrica". O sea, que el Cantábrico sería el nuevo Caribe, y en lugar del castro de Coaña tendríamos el Fidel Castro de Coaña o por ahí, o veríamos sustituido el logo de "Galicia calidade" por el de "Galicia calidez, pero non moito".     Y es que en un país como el nuestro, donde el sol es la estrella de los paquetes vacacionales, algo que se garantiza al turista en cada promoción publicitaria con la tapa, el salero o la fiesta - lo del relaxing café con leche fue un lapsus - deberíamos estar especialmente alarmados con todo este tinglado del calentamiento global. El bochorno aquí es marca de la casa, y no sólo el que uno siente al escuchar a las personas que dicen representarnos, que ya es como para estar bien quemados, al borde del delirio, sino el otro, el de esos días en que el ambiente es tan achicharrante en alg

89.

    Ayer vinieron a comer los Trashu: Isa, David y su bebé Camí, que está a un paso de empezar a darlos. Traían víveres en abundancia en su furgoneta, y preparamos un almuerzo sencillo pero muy sabroso, con cogollos y atún, queso de cabra del Jerte, una ensalada de pasta y algo de embutido. Durante el proceso Isa dijo algo que me llamó la atención: "Qué bizarro es el tomillo...". Uno de esos adjetivos dignos de verse y hasta de verso que casi te dan ganas de plagiar, como cuando mi cuñada soltó un día que Esperanza Aguirre era "tortuguil" - aunque bizarra también le pegaría. El lenguaje es un tesoro, y tiene tantas posibles combinaciones con sentido, aunque algunos de la RAE no siempre las consientan - sobre todo si eres un indocumentado, pisaverde o cantamañanas - que no creo que vaya a dejar nunca de asombrarnos. No para de producir neologismos y hallazgos, de estirarse como una goma infinita, y hay tanta poesía por ahí suelta, derramando su amor por él en las fra

88.

    Nunca llevo el ordenador a Asturias, y de ahí que lleve tiempo desconectado. Y además desconectado pero bien, porque cuando me enteré de que los talibanes estaban haciendo su particular agosto ya casi era un hecho consumado. Pasar once o doce días sin noticias, sin internet ni televisión, es una experiencia que debería ser obligatoria, y no sólo por la limpieza mental que acarrea, sino por el impacto que produce volver a conectarse después a eso que llaman la actualidad, con sus desastres masivos y sus tarados religiosos armados hasta los dientes. Apenas un día antes vivías ajeno al mogollón, leyendo tan tranquilo - a Pirandello y Evelyn Waugh, enormes los dos - o disfrutando del paraíso natural, pero de pronto enciendes la caja tonta de nuevo y en cuestión de minutos comprendes que el mundo es una mierda y que vamos a morir todos. Que el famoso progreso es eso en realidad.    Los analistos dicen que claro, que es que en Afganistán había una corrupción que te rilas. ¡Sorpresón! Con