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    Esta semana acabamos una miniserie que nos pareció muy buena: "Midnight Mass" ("Misa de medianoche"), de Mike Flanagan. La idea que se había planteado (intentaré no destripar nada, aunque es de terror y si te gusta ese género puede que prefieras que lo haga) me pareció complicadísima, una aleación difícil de conseguir sin que se te pire un poco o incluso mucho la olla, pero al final quedó un guion muy logrado que sorprende en cada capítulo y con diálogos de primera división, de un lirismo inteligente y bien ejecutado (igual que buena parte de los personajes, por empezar a destripar un poco).  

  Aunque no voy a hacer crítica cinematográfica a mi edad, entre otras cosas porque lo que sé de cine es más bien poco. Bueno, en realidad no sé mucho sobre nada, incluso hay unas cuantas etapas de mi biografía que no recuerdo con claridad, si bien en el caso del séptimo arte me ocurre como con el séptimo círculo del infierno de Dante: nunca me animé a profundizar tanto. La gente capaz de recitar de carrerilla las filmografías de Billy Wilder, de Ingmar Bergman, de Truffaut y Godard, me dejan pasmado, y ya si se ponen a hablar de planos y fundidos pues me quedo directamente así. De lo que veo en una pantalla puedo decir si me gusta o no y poco más, qué me ha llamado la atención y por qué, y en este caso, aparte de toda una sucesión de giros argumentales de verdad inesperados y eficaces, me pareció que el tratamiento y las reflexiones que se hacían sobre la religión y la muerte eran interesantísimas y muy poco comunes considerando lo que se suele emitir. Una alta dosis de poesía para divagar sobre temas semejantes es inevitable, y el riesgo al aventurarse en textos de ese voltaje resulta evidente. Porque si de cine ya se suele saber poco a niveles digamos muy técnicos imagínate de dios y la vida eterna, del alucine... Eso sí que se desarrolla por pura intuición, por vislumbres más o menos verosímiles, y como no midas bien lo que escribes se te puede ir toda la historia al carajo. Pero el señor Mike Flanagan ha encontrado una fórmula convincente, equilibrada dentro de la descomunal fantasía que la conduce y con llaves que abren puertas mentales en las que el espectador puede adentrarse más si quiere y deambular a su bola. Normalmente los expertos en este tipo de cuestiones sí que dan miedo, casi prefieres que te destripen a ti con un tenedor oxidado antes que el final o incluso el fin de la existencia, aunque cuando se hace bien como mínimo seduce, más allá de si las creencias o razones que se ponen encima de la mesa o la misa en este caso son ciertas, que cualquiera sabe. Las imágenes son inteligentes y son inteligibles, y eso ya es mucho para una serie televisiva, más de lo que se suele ofrecer en ellas sobre estos temas, que por lo general ni se tocan más que superficialmente. Atreverse a entrar en ese terreno y salir airoso, y entreteniendo encima, porque los capítulos se ven sin pestañear, me parece un trabajo de mucho mérito. Y objetivamente lo es.

   Hoy leí un artículo sobre la serie, y me sorprendió descubrir que tardaron años en decidirse a rodarla. Claro que no me sorprendió tanto, bueno, porque soltar varios kilos de dólares para que alguien lleve a cabo metáforas religioso-terroríficas es algo que también asusta lo suyo si la pasta te pertenece. Imagínate que has puesto seis o siete millones de euros en un proyecto que podría perfectamente cabrear a una o varias confesiones, aunque no haya sido hecho con esa intención. Yo me cago, ese sí que sería un misterio para no pegar ojo en toda la noche y sacar otra serie seria. Y es que si a alguien le ofende lo que escribes pues vale, qué le vamos a hacer, pero si ya has puesto los fajos de pasta para rodarlo menudo canguelo. "Pero Ilustrísima... Si esto es de lo más inocente...". "¿Inocente? ¿Inocente una serie llena de posters gays...?". "Poltergeist, Ilustrísima... ¡Poltergeist!". Conseguir transmitir al público esa sensación de incertidumbre, de peligro, de suspense hasta saber si te la suspenderán sería como para crear un nuevo Óscar: al mejor guion no financiado, que seguro que por ahí los hay hasta más válidos que muchos que sí van al plató. Otro asunto digno de reflexión, me parece. 

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