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    Ayer terminé de leer el último poemario de Ana, o mejor el más reciente: "La senda del cimarrón". Muchos poemas ya los conocía, aunque había otros que no. Si puedo elegir prefiero leer los libros ya acabados; no sólo los textos, sino el objeto y hasta el objetivo también. Rafael Reig cuenta en su obra "Amor intempestivo" que los libros hay que empezar a escribirlos por el final, y que después ya viene todo el proceso de llegar paso a paso hasta él, y a lo mejor con algunas lecturas ocurre lo mismo.

   La palabra que lo vertebra todo es "cimarrón", tanto el título como las distintas partes en que se divide, cada una de las cuales está vinculada a una acepción de ese término. Yo creo que viene de una época, hace como tres o cuatro años, en la que Ana se había puesto a leer todo tipo de obras sobre la piratería y la esclavitud, dos cuestiones muy presentes en el imaginario colectivo y a la vez bastante desconocidas. De ellas sólo acabó quedando un silencio sepulcral o cierta propensión al mito, que diría Gil de Biedma (Jaime, no Esperanza). Y aquí en España, "donde la esclavitud formó parte de la vida social de modo más extenso y prolongado que en el resto de Europa", según el catedrático José Antonio Piqueras, especialista y estudioso del tema, para qué hablar. Incluso Velázquez tuvo esclavos, uno de los cuales, Juan de Pareja, acabó siendo un pintor más que competente que se retrataba blanqueándose. En la historia común y particular muchas veces sucede lo mismo.

   Cimarrón, además de ser una palabra de una sonoridad y una fuerza formidables, trae ecos también de todo esto, y señala un camino. No del negro al blanco, sino de la oscuridad a la luz, que es un logro mayor tanto en pintura como en la vida, del cautiverio a otra realidad posible, a las cimas donde huir y refugiarse. Cimarrón es el esclavo rebelde y fugitivo, el marinero indolente y gandul, el animal doméstico que escapa y se vuelve salvaje, la variedad silvestre de una planta que también se cultiva... Hay que andar mucha senda y mucho tiempo (pasado, presente y futuro) para alcanzar ese fin. Sobre todo porque nunca se consigue de manera permanente, porque el movimiento nunca es inmóvil y si acaso sólo es la libertad durante el trayecto a lo que aspiramos y lo que queremos respirar. En ella encontramos sentimientos con los que vivir, amores en los que quedarnos, lugares donde estar lo más lejos posible del capataz y sus cazadores, perras que nos acompañan en nuestras exploraciones... Claro que como mucho somos capaces de indicar la dirección que seguimos y el punto al que querríamos llegar, jamás el final. Porque la poesía no se acaba nunca. Sólo se empiezan las piezas.  

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