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    La hermana de Ana, Cochu, nos regaló uno de esos robots aspiradores que limpian el suelo solos y que parecen una rodaja de R2d2. Lo llamamos Petunia - pronunciado Pitunia - y la verdad es que salvo por el ruido y que a veces no se entiende con el tendedero, que en esta estación guardamos en el interior, es una maravilla. Hasta los animales se han adaptado a él, y casi que lo han adoptado también.

   En realidad no falta mucho para que todos estos prototipos alcancen un nivel de desarrollo jamás visto: coches capaces de conducirse como lo haría un profesional ("¿Pero qué haces, bonita? ¿Es que no ves la señal? ¡Una TH761 tenías que ser!); ordenadores que analicen la política del corazón como peperas chismosas ("¿Has visto el nuevo cambio de chaqueta de Pablo Iglesias? ¡Qué ordinariez!"); electrodomésticos listos para realizar todo tipo de tareas mucho mejor que tú ("¿Estás boig? ¡A la paella no se li tiren pésols! Aparta que ja la faig jo..."). Dentro de nada su capacidad para almacenar datos y relaciones será ya imponente, y aunque por lo pronto no parece viable ese salto cualitativo de dotarles de una inteligencia autónoma y creativa, con todo este tipo de certezas siempre es prudente dejar un margen para lo que no sabemos todavía o no hemos tenido en cuenta. Muchas veces en la historia cosas que parecían imposibles acabaron sucediendo y hoy ya forman parte de la normalidad.

   De hecho, tengo para mí que el problema con la inteligencia artificial no son las secuencias y consecuencias lógicas, sino la irracionalidad. Se pueden enseñar todas aquellas ecuaciones y respuestas que siguen pautas comprensibles, pero nuestra inimitable capacidad para desvariar sin orden ni motivo es algo que no puede introducirse así como así en los rígidos comandos de una máquina. Siendo precisos lo difícil es llegar a una no inteligencia artificial, a un cacharro que se pase de pronto las instrucciones por el forro de los botones y que sin dejar de usar conceptos unívocos ("el matrimonio es sólo la unión entre un hombre y una mujer") pueda llegar a crear por sí mismo otros como el de "orgías rivales", con algún sentido pero sin ninguna explicación coherente si examinamos las bases de las que había partido. "Menudo trasto estás hecho tú... ¿Pero no te habíamos grabado en la memoria que el modelo de familia tradicional cristiana era el único vínculo aceptable?". "Bueno, sí... Es que andaba con los chips sobrecargados, se me cruzaron los cables y tenía por ahí unos cuantos contactos que... En fin, que en vez de 'vínculo' me decía 'viunculo' mi router...". "Ya, claro".

   Quizá estoy teorizando de más, aunque siempre he sospechado que los programas para lograr una inteligencia artificial como dios manda no son los matemáticos, sino los de los medios de comunicación de derechas. Esos son los que hay que ponerles a las computadoras si queremos que empiecen a pensar por sí mismas y no siguiendo los dictados de la ingeniería social progresista a la que están sometidas. Les metes en el disco duro dos o tres años de tertulias fachas y te digo yo que el salto cualitativo de marras no se va a producir en un sofisticado laboratorio de la NASA, sino en Twitter, cuando se pongan a mandar a la gente a Cuba sin venir a cuento y a inventarse movidas y a afirmar que no entienden el gallego, pese a tener un traductor entre sus archivos. Ese será el momento en que la evolución se consume, los aparatos salgan de su adoctrinamiento y puedan por fin expresarse en absoluta libertad digital. Y también el día en el que subiremos a Pitunia al Wallapop, si es que se deja y no nos electrocuta en la silla antes. 

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