14.

    Estas noches me despierta el viento de cuando en cuando. Un viento aullador, terrible. No sé si será ese que en la zona llaman descuernacabras (del norte), el más temido y brutal de todos. Aunque lo cierto es que todo el mundo insiste en que todavía no ha llegado lo peor, y si insinúas que hace frío te observan con un brillo de astucia veterana en la mirada y sonríen, así que me figuro que tendré que asumir que todas esas corrientes huracanadas son sólo corrientes según el baremo de aquí. Una especie de aviso a voces de lo que viene.

   El otro día Begoña le contó a Ana un problema que tuvo con una inquilina anterior. Una chica que por lo visto subarrendaba el apartamento como "alojamiento rural", con anuncios en la prensa y todo. Al principio Begoña no tenía ni idea de lo que pasaba. Le parecía extraño que una persona tan callada tuviese tantas visitas, tantos amigos que venían a verla un fin de semana tras otro siempre en grupo y con toda clase de pertrechos y bártulos, con unos equipajes que ni Marco Polo. Pero bueno, era una chicha joven y una vivienda en la sierra no deja de ser algo goloso para gente de esa edad, pequeñas cuadrillas de veinteañeros con ganas de salir de la ciudad en busca de nuevas diversiones. Con un buen refugio en el monte la timidez puede no ser un obstáculo para socializar a lo grande si se quiere.

   Claro que no tardó en descubrir que en realidad la reservada no era la muchacha, sino la casa. Durante una nevada de las gordas apareció una furgoneta con cuatro o cinco ocupantes que habían tenido un viaje de lo más accidentado y agotador hasta dar con el sitio, y que estaban ansiosos por entrar en su cómodo alojamiento rural para prender la estufa y quitarse un poco el frío y el cansancio, y supongo que también sus pesados plumas. Como Begoña andaba por los alrededores le preguntaron con cierta premura si sabía cuál era "su apartamento", y ahí empezó a destaparse todo el tinglado. Ellos insistían en que lo habían alquilado, y hasta le mostraron un resguardo que lo acreditaba, y ella en que no podían haberlo hecho de ningún modo sin su conocimiento, ya que el inmueble era de su propiedad. Pronto todos se dieron cuenta de lo que había sucedido, y tras un violento silencio los helados turistas le pidieron que por favor les permitiera quedarse una noche por lo menos. Le explicaron que se habían perdido por Navacerrada, que estaban al borde de la hipotermia y etc... Begoña accedió, qué iba a hacer, aunque después volvió a casa resoplando como el descuernacabras, o el descuernacabronas más bien. Se iba a enterar aquella mocosa de que la fama de rudas de las vaqueras de allí no era una simple fantasía sexual del Arcipreste de Hita, ni eso de "al que pagar no quiere priado le despojo" una ficción. Ni los portazgos de entonces ni las puertas de ahora se cruzan sin permiso, y punto. Y a los "descaminados" que pretenden saltarse el peaje por sendas ocultas se les descamisa con hondas y garrotes si hace falta. 

   Días más tarde vinieron los padres de la chica para tratar de arreglar el asunto, y le aseguraron muy solemnes y estirados a Begoña que la niña no lo había hecho por dinero, ya que ellos pertenecían a la mejor sociedad, sino porque era "muy lista". Si veía una oportunidad de hacer negocio la aprovechaba, lo llevaba en la sangre, y no se la podía culpar por ello, porque en el fondo así ha funcionado siempre la vida... Vamos, que joder a otros no era nada malo, sino una oportunidad, un auténtico chollo a poco que se pensase. O al menos desde el punto de vista de la mejor sociedad, claro.

   Al final no sé si esta gente creará riqueza, pero ricuras a las que los demás no les importan como para exportar; eso seguro. No hay más que ver cómo andan sus cachorros de desbocados y hasta de bocazas últimamente. Son los vientos que soplan, aulladores y terribles también, aunque mucho me temo que lo peor es lo que anuncian, lo que viene después. Ese frío glacial que si no se sabe reconocer y evitar acaba diezmando sin piedad los rebaños.   

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