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    Esta semana terminamos una curiosa serie danesa: "La investigación" ("Efterforskningen"). No muy innovadora en cuanto al tema, que es el relato de un crimen real, el famoso "caso del submarino", aunque con un giro de ciento ochenta grados que yo al menos no había visto jamás: el asesino no aparece.

   En la serie, quiero decir. Ningún actor lo interpreta y no tiene una sola línea de diálogo para explicarnos su abolladura, sus vislumbres de psicópata encantado de haberse conocido. El narcisismo más o menos ilustrado de este tipo de personajes suele dar mucho juego en los guiones, y de hecho se han escrito papeles de óscar para ellos, con sofisticados descuartizadores dotados de una cabeza prodigiosa y una labia que casi hasta los votarías en las elecciones, y más aún después de escuchar al resto de los candidatos. Pero en "La investigación" han cortado por lo sano y no le han dado ni un minuto de bola al tipo, cosa que de entrada choca, acostumbrados como estamos a todas esas perturbadoras miradas y milongas que tanto nos enganchan, pero que al final casi dan ganas de aplaudir.

   Hay historia sin ellas, y una buena historia además. Siguiéndola se recorre la investigación paso a paso y por ejemplo cuestiones científicas sobre mareas, vientos y gases eclipsan con frialdad nórdica los largos interrogatorios alucinados, y los llegan a superar en interés y belleza. ¿Son más relevantes las chácharas esquivas de un sádico que los distintos modos en que el olor de un cadáver sumergido puede transmitirse por la superficie del mar, dependiendo hasta de los ríos que desembocan en él? Descubres que no, que las excusas del otro ya te las puedes imaginar y en cambio todo ese territorio intelectual está sólo al alcance de verdaderos expertos; que mentes en apariencia aburridas y convencionales contienen en el fondo una cantidad de información abrumadora y capital que supera con mucho las bobadas prepotentes de un chalado violento, de todos ellos en realidad. El cerebro del oceanógrafo, del forense, del criminólogo, sí que esconden misterios fascinantes, descubrimientos increíbles, mientras que el del asesino es de una vulgaridad aterradora, sólo brutalidad un poco destilada y estilosa en el mejor de los casos. Pero nada realmente digno de consideración a estas alturas de la película. 

   La serie es un poco un homenaje a toda esa inteligencia silenciada por los fuegos artificiales de los peores instintos. Una demostración de que a su lado todos esos discursos inflados del odio irracional empequeñecen hasta desaparecer. No son nada sin sus cinco minutos de gloria, sin esa oscura profundidad submarina que a veces nos venden como insondable, pero que con un buen especialista en corrientes se comprenden con una sencillez pasmosa.

   Y en política también.   

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