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    Ayer vinieron a visitarnos Ángel y Rocío. Almorzamos en casa: tortilla de patata, quesos asturianos surtidos que mis padres nos han enviado por las navidades y otro más suave de cabra que ha elaborado Gara. Hace poco fue el cumpleaños de Rocío y también había media tarta de chocolate de las densas. Así que nos pusimos las botas comiendo, vamos, y luego las otras para dar un paseo y bajar tripa subiendo monte. Llegamos hasta el embalse de Navalmedio, donde había una de esas luces machadianas para caminantes.

   Es muy probable que él anduviese en algún momento por esa ruta, o al menos por otras no muy distantes ni distintas. De hecho, estos días estoy releyendo - la leí por vez primera en el 2011, lo tengo apuntado - la biografía de Ian Gibson, "Ligero de equipaje", y es seguro que a primeros de agosto de 1914, cuando Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania por la invasión de Bélgica, estuvo en Cercedilla, en un alojamiento que tenía por estos contornos la Institución Libre de Enseñanza. Entonces ya estaba viudo y ejercía en Baeza, donde había solicitado el traslado para huir de Soria, de los recuerdos de su esposa recién fallecida. En esos años estuvo considerando con bastante seriedad pegarse un tiro, lo contaba en una carta, aunque el éxito de "Campos de Castilla" lo disuadió y se agarró a ese asidero, a la poesía. Su editor le había engañado con las cifras y una de las obras líricas más importantes y leídas de este país apenas le proporcionó unas migajas. Incluso siendo Antonio Machado no podía permitirse ni de lejos vivir de la escritura, y sospechaba que difícilmente iba a salir de sus pobres cuartos. Claro que la motivación que lo impulsaba era otra: regenerar España inyectándole literatura de primera división europea. Y eso se lo pagaron todavía peor.

   Una suerte parecida corrieron aquellas instalaciones (de los Ventorrillos) donde había hecho noche, supongo que en una "casita" cercana que los de la Institución habían levantado también para excursionistas. Además de dormitorios tenía un laboratorio, un pequeño observatorio meteorológico y un sismómetro (Julio Vías). El complejo quedó terminado durante el invierno de 1911 - la "casita" un año después -, gracias al esfuerzo de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, presidida por Ramón y Cajal. Con todo lo modesto que hoy parece acogía de manera continua a los naturalistas más destacados de la época, que la utilizaban como base para sus labores de campo. No sólo nacionales, sino extranjeros también, como el profesor Fuchs de la Universidad de Dresde, "que recorrió en 1912 gran parte de la sierra en una exploración entomológica". La Estación Biológica del Ventorrillo era en realidad "uno de los escenarios de trabajo e investigación más renombrados de Europa" a principios de siglo. Sus reducidas dimensiones daban para mucho. 

   En 1939, ya disuelta la Junta y exiliado su entonces presidente, el entomólogo Ignacio Bolívar (por bolivariano, me figuro) se creó un nuevo organismo que la sustituyó: el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. El ministro José Ibáñez Martín anunciaba que querían "una ciencia católica", alejada de "todas las herejías científicas que secaron y agostaron los cauces de nuestra genialidad nacional y nos sumieron en la atonía y la decadencia". El plan para conseguirlo era "sepultar y lanzar al olvido aquella tabla del agnosticismo en que se refugiaron tantos náufragos de la fe", y con semejante sucesión de visiones religiosas y acuáticas el resultado no podía ser otro: el ministro reconvirtió la estación en su residencia de verano y ordenó construir junto a ella una iglesia y una piscina. Así sería - qué buena idea - franca y hasta franquistamente difícil naufragar en el agnosticismo allí. Aunque en un cauce seco y agostado tampoco es que resulte fácil, las cosas como son.  

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