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    Un buen amigo nuestro, Andrés, tiene una pequeña editorial que publica libros sobre póker y ajedrez. Por lo visto ahora, gracias al éxito de "Gambito de dama" ("The queen's gambit") está recibiendo multitud de pedidos, casi no da abasto para atenderlos, y hasta ha tenido que clasificar sus existencias en la web por grados de dificultad para orientar un poco a toda esta clientela espontánea, ya que gente que todavía está aprendiendo lo más básico encarga obras de una complejidad tremenda, escritas por grandes genios del tablero para lectores ya expertos, sólo porque ha escuchado el título en la serie.

   Cierto que podría aprovechar el tirón comercial sin más, claro que eso no es lo que haría un buen ajedrecista. Si le vendes a un principiante un libro de esas características lo más probable es que se quede alelado en cuanto comiencen los galimatías sobre la variante Sveshnikov y demás, las interminables divagaciones estratégicas sobre las potenciales consecuencias derivadas de mover un peón o un caballo, con vectores saliendo de las casillas y sacando de sus casillas también al incauto novato - y conste que lo digo por experiencia. Mientras que si prevés esta jugada y le ofreces un manual más accesible a lo mejor no ganas tanto en la primera operación como con un texto especializado, claro que por otro lado consigues enganchar en un porcentaje muy superior a esas personas a la lectura y que luego acaben demandando más, o al menos que no te demanden a ti en una comisaría por ese jeroglífico indescifrable que les has vendido. "¿Qué es esto de Dxf7++? ¡Yo sólo hablo español!". 

   Rafael Reig es un buen aficionado al ajedrez, incluso disputa torneos con un equipo local, y me ha dicho que de cuando en cuando me pase por la librería para echar una partida. Bueno, yo jugaba un poco de chaval, aunque llevo como un cuarto de siglo sin practicar y mucho me temo que va a vapulearme. Más que de gambitos soy un ajedrecista de gambitas, de meterlas cada dos por tres despistándome o no calculando bien.

   Recuerdo haber hilado algún ataque decente allá por el pleistoceno, de esos en los que hasta prevés dos o tres acciones y te encanta observar cómo se producen a continuación, las saboreas. Claro que lo que más recuerdo es haberme pasado de listo y ver cómo un montón de rivales me ponían en mi lugar con una sencillez apabullante. El ajedrez es un deporte que enseña a pensar: mucho cuando eres de los buenos y mejor cuando eres de los malos. Pero lo que te da sobre todo son lecciones de humildad constantes, la certeza de que por mucho que lo pienses siempre hay algo que no has tenido en cuenta y que de pronto sucede, desbaratándote la ecuación. Te muestra una y otra vez que nuestra mente es incapaz de controlar todas las variables y circunstancias, incluso en un sistema cerrado y simple en apariencia, con reglas muy claras. Así que no digamos ya en la vida, donde toda esa madeja de posibilidades y contratiempos se multiplica y ya es simplemente imposible de manejar. Si crees que tu inteligencia puede adivinar lo que va a suceder y cómo posicionarte para estar seguro y que no te afecte juega al ajedrez y te desengañará una y otra vez. No puedes; nadie puede. Relájate y disfruta de la partida, pues, y diles a los de tu partido que no den tantas voces por la tele con sus visiones sobre el futuro de España y la inviolabilidad del rey. Que con tanto ruido no nos dejan concentrarnos en el hermoso movimiento que queremos hacer.  

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