9.

    La vivienda en la que estamos es un casoplón de dos pisos, con algo de finca alrededor. La planta superior la ocupa Begoña, y la baja está dividida en varios apartamentos. El nuestro es el que da a la parte de atrás, así que además del patio que les toca a todos los inquilinos tiene acceso a un pequeño terreno ajardinado, rodeado de setos y que linda con un regato al que llaman el Río de las Fuentes. Entre el agua que corre, los pájaros que trinan y los cencerros el sonido ambiental no puede ser más bucólico.

   Cruzando el arroyo hay un prado enorme donde a veces se ven vacas pastando y otras no. También es propiedad de Begoña, y cuando no está el ganado nos permite pasear por allí a Bruma, que con los barrizales y las boñigas se vuelve majara. Para una coprófaga compulsiva como ella eso debe de ser el paraíso, si bien no permitimos que se las coma, sólo disfrutar del olor. Bruma es así de sibarita, igual que Dylan Thomas se embriaga con el aroma a conejos y vacas después de un cálido chaparrón de verano. Aunque también es verdad que Dylan Thomas se embriagaba con lo que hubiera, y ella como te despistes sube la apuesta y directamente se jala todo aquello cuyo perfume le resulte intenso y sugerente. Sabe que está prohibido, y sin embargo siempre se las apaña para dar algún bocado clandestino, en ocasiones escondiéndose unos segundos en la maleza o bien haciendo un quiebro calculado mientras corre para trincar un pedazo sobre la marcha, casi sin detenerse. Ana entonces la reprende: "Noooo, Bruma...", pero que ella desee aprender ya es otro tema. Es una perra muy lista cuando quiere, aunque cuando no quiere más todavía.

   En ese terreno están además las ruinas de las antiguas piscinas de Cercedilla, con vestuarios y trampolín y todo, aparte de las de una piscifactoría que el padre de Begoña, un hombre de lo más industrioso, construyó hace décadas. El conjunto tiene un tamaño considerable, incluso bar merendero, y la verdad es que da pena verlo así de envejecido y en desuso, como si fuese una diminuta aldea fantasma. Claro que reformarlo y volver a ponerlo en marcha requeriría una inversión cuantiosa, y ahora que tantos chalets tienen su propia piscina y el pescado se trae a un precio ajustado la rentabilidad no iba a ser mucha, suponiendo - y es mucho suponer - que dejase alguna.

   Cuando Begoña nos habló del asunto se notaba en su mirada una de esas neblinas de nostalgia. Las piscinas llevan cerradas unos treinta y cinco años, y se habían inaugurado hace setenta aproximadamente, así que en su niñez debió de pasar allí veranos inolvidables. "Si lo hubierais visto... ¡Todo el pueblo venía aquí a pasar el día!... Esa zona estaba llena de mesas para hacer picnic, y a veces se acababan montando unas fiestas que ni os imagináis".

   Yo traté de hacerlo durante un par de minutos, de visualizar la escena en mi mente. Considerando la edad de Begoña su infancia debió de transcurrir durante los años cincuenta, puede que bastante avanzados ya, en ese período en que la posguerra y su estrambótica y famélica autarquía empezaban a quedar atrás y el régimen ya consentía algunas calorías de más, siempre que fuesen cara al sol. Dos grandes bloques se repartían el mundo, y los países insignificantes como España eran tributarios de uno o del otro. Los aliados no habían permitido a Franco seguir en el poder para que fuese neutral, sino vasallo, y por muy caudillo que lo pintaran en los retratos al final la gracia de dios, o más bien su chiste, fue hacerle tragar a cucharadas, como un niño bueno, ese liberalismo que tanto decía detestar. "Abre la boquita, Paquín, que por ahí viene un avión...".

   No creo que todo el pueblo disfrutase por igual de esa piscina a la que entonces se lanzaba nuestro querido país. Faltaban los que no habían podido contarlo, o quienes no se tenían en cuenta, aunque sin duda las fuertes inversiones facilitaron la inmersión. Esa infancia fue una época de crecimiento digamos que generalizado, en toda la extensión de la palabra y del mapa europeo también, con industrias florecientes, seguridad social, locomotivos que empezaban a circular sin gasógeno... De los primeros turismos y turistas, que traían su progreso no siempre decente y su espléndida moneda tras un pasado inmediato de miseria y de terror.

   La gente volvía tímidamente a compartir tortillas y canciones, a pasar algún día luminoso junto a esas piscinas, y hasta la economía más sumergida salía de cuando en cuando a la superficie para poder respirar un poco. No seré yo quien sostenga que la inmensa mayoría no lo merecía, que la pequeña Begoña no debió tener su fiesta inimaginable y el derecho a una memoria sin baños de sangre. Todo pueblo digno aspira a eso, y jamás he dudado que este en el que vivo lo sea, con todos sus defectos que en el fondo son también los míos. Pero el hecho es que después de tanta construcción y laboriosidad bienintencionada seguimos viendo ruinas y ruinas por todas partes, cada día, en cualquier punto geográfico, y al final no puede uno evitar preguntarse a quién benefician en realidad para que nunca se acaben... Porque a lo mejor la clave es esa. 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

19.

135.

134.