24.

    En Nochevieja, por la mañana, fuimos a hacer unas compras de última hora. En el supermercado no tenían polvorones, ni mazapanes, ni casi nada en realidad. Más que en un 31 de diciembre parecía que estábamos en la posguerra, y la música no ayudaba precisamente a desfacer el encantamiento. Sonaba un villancico cantado por unos guiris, con un acento muy marcado: "felisss navidasss... próssperrro anio y felissidasss..." (aunque también es verdad que el "i wanna wish you a merry christmas" lo bordaban). Me recordó un curso de español que usaba una chica escocesa con la que estuve liado hace como veinte años, en el que enseñaban a confirmar reservas diciendo: "quierro haser una conformasión de la reservassión...". Me reí bastante escuchándolo, más que el villancico, aunque no tanto como ella cuando en una tasca de Madrid vimos un cartel que decía: "we have cow language". Seguro que más de uno pidió las cañas mugiendo, "con muuuuuucha espuma, please".

    Nos encontramos con Pedro, que nos explicó que el último día del año la gente se reunía en la plaza del ayuntamiento para tomar el vermut. O los vermuts más bien, porque además nos contó que el año pasado habían acabado el aperitivo a las siete de la tarde, comiendo las uvas correspondientes a cada hora en punto desde la una. Con ese nivel de pedo. Por supuesto nos pasamos por allí, claro que ya se sabe que este año - o el 2020, bueno - las comedias tienden a estar más comedidas, y entre las distancias y las mascarillas y demás no estaba el personal para muchas celebraciones intrépidas. De hecho, hubo algo de chavalería que empezó a juntarse más de lo permitido y en cuestión de minutos apareció la policía para separarlos (sin incidentes). Entre eso y que caía algo de nieve menuda ya estaba un poco aguada la fiesta desde el principio.

   Allí estaban Rafael y Violeta, su esposa, y también Jorge Riechmann, que vive aquí en Cercedilla. Rafael me presentó a un holandés que al parecer es un ajedrecista más que competente, de los viciosos. Entonces ya estábamos a punto de irnos y no me dio tiempo a charlar mucho con él; ni del juego, aunque tampoco es que yo tenga mucho que contar al respecto, ni de Holanda, que es un territorio que en realidad conozco algo mejor que el de las posiciones tácticas de peones, por haber vivido allí. Puestos a elegir creo que haría menos el ridículo hablándole de su patria. Y lo cierto es que aquí hay algo que me recuerda ligeramente a los Países Bajos, aparte del frío y las ventoleras. Siendo como son paisajes casi opuestos, una sierra pronunciada y unas llanuras imposibles de pronunciar, ambas estampas tienen a veces unos cielos de los que te vuelan la cabeza. En Cercedilla hay atardeceres de esos que llaman velazqueños, con el arrebol sobre los árboles y unos azules imposibles. Hace cinco o seis días hubo una puesta de sol espectacular: una señora pasaba con su perro a lo lejos y eran como figuras de un teatro de sombras cruzando el escenario. Sólo se divisaban sus siluetas oscuras moviéndose a contraluz. En Holanda la sensación era más cinematográfica. Como no había montes en medio la pantalla celeste era mayor, y más que velazqueñas las combinaciones ya parecían de acuarela abstracta, un batiburrillo de colores rutilantes que uno sencillamente no podía comprender. Amarillos canario, verdes esmeralda... Cierto que el cannabis era legal allí, y que eso tal vez inclinaba al entregado observador a la introspección fascinada, a levitar más de la cuenta con la sensación y las gamas, aunque no todo el pire venía del humo aspirado, también te lo digo... Una tarde contemplativa de esas podía hacerte comprender de un solo fogonazo por qué en ese país la pintura es casi una religión.

   Lo que no llegué a aprender ni de lejos fue el idioma, eso sí. Lo intenté con un compañero de trabajo medio turco que me ofreció pequeñas nociones de holandés a cambio de pequeñas nociones de español, pero fue un desastre. Teníamos que entendernos en inglés y a veces también era un poco "cow language" aquello. Se producían todo tipo de equívocos, y recuerdo uno en particular que casi parecía sacado de una película de enredo. El tipo me preguntó si había muchas prostitutas en España, y yo entendí "playas", "beaches" en lugar de "bitches". Así que me explayé con el relato, nunca mejor dicho, contándole que sí, que claro, que prácticamente vivíamos de ellas. Y que si estaba interesado y quería verlas bonitas de verdad se fuese al norte, porque las del sur eran más calientes, sí, aunque siempre te las encontrabas hasta arriba de gente, y que en cambio allí había un montón de sitio para tumbarse tranquilamente en ellas y todas estaban muy limpias además... Más o menos ese fue el punto en el que me interrumpió, con los ojos como platos, diciéndome que tal vez no lo había interpretado bien...  

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