28.

    Ayer llamaron nuestros inquilinos del piso de Madrid, Rubén y Paulo. Contaban que la borrasca Filomena había reventado una tubería y la caldera, que así estaba el patio, y adjuntaban un vídeo del desastre en el que se veía un chorro de agua cayendo en cascada.

   Ana intentó avisar de inmediato al seguro, aunque la línea estaba a reventar también. Con todos los destrozos del temporal los de la compañía andaban desbordados. Primero salía el clásico robot, porque a estas alturas los robots ya son clásicos, pidiendo que pulsaras la tecla uno si tal o la dos si cual, y luego una de esas musiquillas estresantes que nunca sabes si ponen para que cuelgues el teléfono o para que te cuelgues tú.

   Yo siempre he sospechado que algo así era lo que oía Marlon Brando en su cabeza en "Apocalipsis Now", ese horror que le hacía frotarse la calva una y otra vez. Como se había perdido en la selva de Camboya tratando de combatir el comunismo, que ya hay que tener ganas, pues me figuro que estaría intentando contactar con los del club del automóvil o del helicóptero o lo que fuese, y que lo tenían ahí con Chayanne en el pinganillo y siempre como a punto de chillar. "Si quiere usted llevar la democracia a la selva de... '¡Laos!'... pulse cuatro... Si quiere usted llevar la democracia a la selva de... '¡Birmania!'... pulse cinco...". Porque cuando escuchas mensajes así sin el móvil en seguida notas que estás pirado. Por muy tonto que seas te tienes que coscar de que no es normal. Con las voces misteriosas no tecnológicas resonando en tu mente en seguida pides ayuda - si es que te cogen el teléfono, claro, que si no ya se te empiezan a mezclar y menuda - pero si has llamado tú entonces te puedes pasar horas y horas ahí atendiendo como si nada. Si fuese el mismísimo Satanás intentando embaucarte para marcar el seis seis seis a lo loco no te darías ni cuenta, y al final podrías quedarte con el alma condenada y sin asistencia, que tampoco sería la primera vez.

   Pero bueno, en algún momento contestaron y nos confirmaron que, en efecto, estaban hasta arriba de incidencias y averías. Que no daban abasto con las secuelas de Filomena. Madrid no es Reikiavik, no hace falta decirlo, y por mucho que nos quieran palear Pablo Casado y demás la ciudad sencillamente no está diseñada para tormentas polares. Lo cual no es excusa para la falta de previsión que se ha visto, sino más bien un agravante.

   Por lo pronto se ha pasado por allí un fontanero, aunque el técnico de calderas está todavía por llegar. Y ese sí que nos va a palear pero bien, y no precisamente la nieve. Rubén y Paulo se lo han tomado con estoicismo y todo el humor que una situación así - ni agua caliente ni calefacción - puede provocar, aunque nosotros llevamos desde entonces pensando en los dos mil pavos como mínimo que nos va a costar la broma. La pasta la tenemos, podemos afrontar el gasto, y es cierto que con lo que están sufriendo miles de millones de personas en este planeta quejarse de un desperfecto doméstico resulta casi ofensivo, y prometo no hacerlo más. Claro que también te digo que estamos llegando a una situación, así en general, en la que si realmente se pusiese Satanás al teléfono casi hasta nos alegraríamos... "Oye, ¿tú tienes calderas?". "Ehhh... sí...". "Pues mándanos una, enróllate". "No puedo... Son para... ¡los pecadores!". "Venga, Sata, no seas así... Una de esas calderitas hirvientes nos vendría de miedo... La de los que viven consumidos por la molicie, que ni se van a enterar... Además es para una pareja gai. Considéralo un adelanto...". "No puedo, en serio". "Pulsamos el seis las veces que tú quieras... Sin problema...". "¡Que no!". "Joder, tío, pareces del opus...".   

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