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    En casa tenemos un volumen de las "Confesiones" de Rousseau. Lo compré de segunda mano, según recuerdo a muy buen precio y pensando que estaba impecable. Sin embargo, esa apariencia tenía su truco: la mayor parte de sus casi setecientas páginas en efecto lo estaban, aunque en las treinta o cuarenta primeras hay numerosos subrayados a boli rojo, y subrayados difíciles de entender además. No porque Rousseau sea un filósofo oscuro, sino porque no consigues explicarte por qué su dueño anterior eligió esas líneas en particular, qué vio en ellas que le impulsó a resaltarlas de ese modo. A veces casi parece garabateado al azar, por un niño pequeño o un chimpancé ocioso, y más teniendo en cuenta que como digo el resto del libro seguía como nuevo, yo diría que virgen si se puede decir eso de un libro y de un libro del detestado Rousseau encima, que cada vez que abría la boca subía el precio del pan de comulgar. Porque si la obra le estaba entusiasmando tanto como para llenarla de trazos emocionados y color, resulta extraño que a partir del primer capítulo dejase de gustarle de un modo tan repentino.

   Las "Confesiones" son redondas, uno de los textos literarios más logrados de su siglo hasta donde yo lo conozco, y no decaen. En su día, por ejemplo, intenté leer los "Diarios" de Jovellanos, el gran ilustrado español, y no pude con ellos. Casi decaigo yo del sofá, vamos. Y eso que estaba hablando de Villamayor (Piloña), precisamente el lugar donde los leía, en la pequeña casa que Ana y yo tenemos ahí. O de Pesquerín, un pueblo que hay como a tres kilómetros. El entorno no podía ser más adecuado, claro que tanta exactitud acabó por abrumarme, y por más que intentaba sumergirme en la lectura no podía quitarme de encima la sensación de estar picando piedra, o mármol si usted lo prefiere (o carbón, ya que en realidad Jovellanos estaba allí inspeccionando minas). Técnicamente no se le podía poner ningún pero, pero... me aburría tanto detalle y tanta prosa pulida, esa perfecta densidad inagotable, y pese a que la culpa sin duda fue mía, y deseo de todo corazón que Jovellanos y yo quedemos como amigos, puesto que a fin de cuentas era un tipo genial, llegó un momento en que la situación se hizo insoportable, y yo soy así, compréndelo... Necesitaba probar cosas nuevas. Aunque Rousseau es mucho más ameno en sus escritos autobiográficos, y hasta te puedes reír con él. Lo ilustrado no quita lo gracioso; es más: personalmente me cuesta concebir la inteligencia sin humor, sin una pizca de tontería incluso. Y si sus palabras te estaban llegando hasta el punto de ponerlo todo rojo... ¿por qué lo dejaste, tío? De verdad que no lo comprendo. ¿Tenías miedo de comprometerte con la lectura? Porque eso podías haberlo pensado desde el principio, antes de acabar con el libro de esa manera tan engañosa y tan cruel. Que una cosa es ser un ex propietario y otra un cabrón.

   Aparte no veas la última nota que dejó para abandonarlo, con una caligrafía no ya de médico, sino de electrocardiograma, de auténtico embrujado tembloroso: "es así La vida. Esos placeres bucolícos (sic) de la sencillez no son propios del genio sino del perro". Lo que no es propio del genio sino del perro es estropear los libros de esa manera, que sólo te faltó morderlo. Por lo menos subráyalos a lápiz, hombre, que luego se puede borrar, y si te viene de pronto la fobia a la sencillez pues escríbela y descríbela si quieres, no faltaba más, pero en otro sitio. En una agenda, en un pósit, en una servilleta... Puedes hasta comprarte un cuaderno, que si lo piensas cuesta menos que un ejemplar nuevo de "Confesiones" y tiene mucho más espacio libre. Esa sería la actitud más probable en un genio, o incluso en alguien con un sentido común elemental. Así de simple. 

  

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