33.

   Decía Valle-Inclán que opinar puede hacerlo cualquiera, y que lo difícil es pintar un gitano en un burro. La afirmación quizá se podría afinar un poco, ya que no necesariamente todas las opiniones son aburridas ni todos los cuadros aburrados, y tanto el ingenio como el genio se pueden revelar de ambos modos. Aunque en su día la frase se me quedó grabada porque me pareció que algún poso de verdad, al menos artística, había en ella. En efecto tenemos en general una enorme habilidad para opinar; entrenamos a diario y ya casi hemos alcanzado el virtuosismo en ese terreno, hasta el punto de que no hay tema o controversia en la que no podamos improvisar una opinión más o menos clara o incluso rotunda. Sin embargo, si nos piden que pintemos con palabras, que nos pongamos a describir lo que hay a nuestro alrededor con la misma eficacia y soltura, con la misma pasión, el discurso decae de inmediato, y notamos que nos cuesta sacar tantos colores, esencias y sustantivos como cuando simplemente tenemos que opinar. 

   Así que si alguien es capaz de transmitir la poesía de un paisaje me entran ganas de ir a comprar un sombrero para quitármelo. Enlazar las imágenes con sentido y armonía, con belleza, y con el buen gusto encima de no empañarlas con insoportables desamores y demás es algo que me desarma. Ayer mismo, entre el deshielo y las lluvias, el pequeño río que pasa a orillas de nuestro apartamento bajaba con un caudal considerable. Al volver de su habitual paseo con Bruma Ana me lo contó, y aunque me quedé con la copla tampoco me puse a cantarla, ni sé si habría sabido. Lo dudo mucho. Pero más tarde, leyendo de noche en la cama, me encontré con estos versos de Enrique de Mesa, uno de los poetas que más y mejor han retratado esta sierra en la que vivo, con una maestría a veces de esas que te hacen comprender de repente lo lejos que estás de lo que tienes tan cerca:

(...)

Hijo del agrio canchal,

donde en regazo de nieve

su alada voz de cristal

nace susurrante y leve,

un regato de agua clara, 

juguetón y saltarín,

baja desde Peñalara

cantando a Majarrocín.

Espumante, corre y brilla

rebotando entre las peñas;

manso después, en su orilla

beben las albas cigüeñas.

Y en sus cantos cristalinos

tiene salmodia de rezo

al cruzar bajo los pinos

y entre las ramas del brezo.

Al salir de las barrancas,

fuera de los helechales, 

con las margaritas blancas

salpica los pastizales.

¡Quién creyera que el nevero,

ya cristal murmurador,

con las canas de su enero

estaba encinta de flor!

(...)

Regato de Peñalara:

cuando tu nieve fundida

es, monte abajo, agua clara,

nuncio de la nueva vida;

cuando cantan, al hechizo

de tu voz primaveral,

el vaquero en su boyizo

y en su majada el zagal;

cuando tu caudal se acrece

bajo el sol, con el deshielo,

y enlozana y reverdece

la yerma costra del suelo,

y resuenan las cañadas

con el rumor de tus risas,

y aroman, embalsamadas

por los pinares, las brisas, 

tendido bajo las frondas,

tembloroso de emoción, 

quisiera un cauce a tus ondas

labrar en mi corazón.


   Tienes que ser muy retorcido para que no te gusten los riachuelos, aunque hablar de uno así ya son palabras mayores, casi parece que tienes tú más profundidad que él. Iba a pedir a los reyes algún libro de este señor, claro que como el nuestro no parecía tener la intención de venir de oriente a corto plazo preferí autorregalarme dos que encontré de segunda mano: "Andanzas serranas", que es una diminuta colección de prosas, y una cuarta edición de la antología que publicó en su día (1962) Austral. Antología póstuma, ya que Enrique de Mesa falleció en 1929, unos años antes de que lo hubiesen fusilado, que sin duda lo habrían hecho. Hasta para eso tenía estilo.

   Reconozco que mi aproximación inicial a su obra poética fue más fría; su primer poemario apenas me convenció. Quizá porque mi disposición no era la adecuada, que es un factor que siempre cuenta también, no lo sé, pero el caso es que había dejado la antología a medias y no sabía si iba a continuar con ella o no. Estaba ahí en la pila de libros pendientes. Luego ayer decidí retomar la lectura y su segundo poemario ya me enganchó más. Esto son sólo impresiones, claro, y la que tuve de pronto fue que el señor había salido de la depresión y subido a la cima. Que su pintura se había vuelto mucho más vital y certera. No voy a extenderme mucho más hoy, pero supongo que regresaré a Enrique de Mesa en algún momento para intentar retratarlo mejor. Por lo que he podido indagar hasta ahora hay poco escrito sobre él, datos dispersos y breves reseñas biográficas en la red, sin que haya podido encontrar más que un artículo de seis o siete páginas bien documentado. Claro que a lo mejor lo que ocurre es que no he mirado bien, que es lo que suele pasar y lo que al fin y al cabo siempre te acaba enseñando esta clase de gente. A mirar mejor. 

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