35.

   Hoy soñé con Kase o. Con el del medio de los Violadores del Verso, que casi parezco Estopa con el de los Chichos, o los Chicos del maíz con el de los Run DMC, o mi querido Gsús Bonilla con el de los Panero. 

   Lo malo es que no recuerdo nada de la charla que tuve con él. Porque mantuvimos una charla, y hasta tengo la impresión de que me dijo algo importante en ella. Sin embargo, no conseguí rescatar ni una sola palabra de mi subconsciente o lo que sea al despertarme; se habían pirado todas por el desagüe onírico. Y como no tenemos ni un libro de Freud en casa pues no sé cómo usar el zoom psicoanalítico, el zoombado, para localizarlas, revivirlas y luego interpretarlas en condiciones.

   De lo que sí estoy bastante seguro es de que no hablamos de rimas. Una lástima, ya que a mí siempre me han entusiasmado las rimas (las buenas, claro) y con un profesional del tema ahí revelándote secretos en sueños pues qué menos que dedicarles una visión como mínimo. Los poetas de mi generación renegaban de ellas. Preferían meter una cobra egipcia en su habitación antes que una en sus composiciones, y yo creo que si les salía alguna por casualidad en el proceso, aunque fuese asonante, se buscaban un sinónimo para que no les rechinase su sonido. La rima era como el sujetador de las ubres ubérrimas de la lírica, y no digo sostén porque eso ya sería darle una entidad que de ningún modo merecía. Tenía ecos de poeta académico, apolillado, incapaz de quitarse la capa, y la verdad es que algo de eso había, puesto que lo que quedaba entonces de aquel recurso incuestionable durante siglos eran unos ripios forzados y atroces, de mozas lozanas y engalanados campos. Lo mejor que se publicaba era en verso libre, sin duda, y casi ni las sílabas contaban. El ritmo se conseguía como fuego en un bar.

   Hasta que de pronto buena parte de la chavalería empezó a irse al otro extremo y no sólo andaban por ahí con cajas de ritmos eléctricos, sino que la rima era condición sine qua non, el cimiento sobre el que iban construyendo sus discursos. Al principio con cierta torpeza y no pocas burlas, aunque a medida que esos chavales crecían crecía su habilidad y ya se podían escuchar auténticas virguerías. Con una mezcla de cabezonería y pasión, a veces con muchos años de ensayo y error detrás, acabaron dominando la rima, haciendo con ella lo que les daba la puta gana, desde improvisarlas en un parque hasta llenar auditorios con miles de personas que las degustaban como si fuesen caramelo líquido. Eso de que era un anacronismo se lo pasaban por el forro de la gorra: "¿Un qué, co?", y esa criatura en peligro de extinción que era el rimador volvió a convertirse en un creador de masas y a todo volumen.

   Yo empecé a escuchar rap con atención hace once o doce años. No como un adolescente de barriada, sino como un carroza desvariado, que es lo que soy a estas alturas, aunque no exagero si digo que puede que haya dedicado cientos de horas de mi vida a sumergirme en esas letras y párrafos. Recuerdo que una vez Gara se quedó un poco asombrada al descubrir que conocía a IRA, un grupo de chicas creo que de Vallecas que en esa época acababan de salir y a las que ya tenía fichadas: "A nosotras no nos la pegas / con ese rollito de víctima fiera...". Siempre me ha gustado la poesía rimada, qué le vamos a hacer, y con esa actitud escucho esa música en particular, por su manera de incorporarla y hacer hallazgos de un mérito considerable a veces. Que unos versos puedan aparejarse de una manera tan rotunda en una estrofa bien diseñada es algo que me produce su cosquilleo, porque hay toda una labor ahí, una voluntad de conseguirlo y de que sea bueno y funcione. No es nada fácil; muchas veces se puede perder todo el sentido y la fuerza por empeñarse en lograr la rima, imágenes potentes o términos más exactos y claros, así que ese era un riesgo y una limitación que había dejado de asumirse sin más. ¿Para qué? Que las palabras volasen solas y a su aire... Pero cuando se consigue a mí me emociona, oye, y no sólo el resultado ya resuelto, sino la dedicación y todos los intentos fallidos que sé que hay detrás de él hasta que se pueden encajar las piezas del reloj y hacer estallar con precisión el artefacto. Como decía Michel Gaztambide es lo malo que tiene la poesía, que a veces hay que trabajar... Y eso a mí también me cuenta y es una lectura que me gusta hacer. 

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