41.

    Ana encontró en alguna parte un sofisticado sistema para congelar crema de cacao y distribuirla por los bizcochos, así que nos compramos un bote de Nocilla, de la clásica. Parece un céfiro, una chorrada, pero de crío yo era un auténtico adicto a esa sustancia, podía engullirla a cucharadas, y no exagero si digo que llevaba décadas sin tener Nocilla en casa. De modo que estos días cada vez que abría la puerta de la alacena para buscar cualquier otro producto allí esta ella llamando mi atención, excitándome con ese frasco tan curvo y suave y su exótica interracialidad de chocolates. No paraba de provocarme; ya fuese a por ciruelas sin hueso, sardinas en lata o tomillo especiado aparecía una y otra vez en mi cabeza esa voz que sólo escuchan los lunáticos susurrando: "cómetela...", incitándome como es lógico a cometer una barbaridad. Así que hoy ya me levanté de la cama obsesionado, sin el menor autocontrol, y como un energúmeno agarré por el pescuezo a ese untoso y presuntuoso bote y le obligué a verter buena parte de su contenido sobre dos rebanadas de pan de rosca, acompañando el festín a lo Hannibal Lecter, con un exquisito vaso de zumo de naranja - y no puse "La follia" de Arcangelo Corelli de fondo porque dios no quiso.

   Fue un poco como el bocata de Nocilla de Proust, ya que en mi infancia el mayor grado de sibaritismo que podía alcanzarse en la vida era preparar uno (o dos, bueno) y saborearlos lentamente leyendo un Astérix. Tenía toda la colección, y cuando llegaba el momento no los escogía al azar, porque siempre los ordenaba de manera que los primeros que se ponían a tiro al entrar desde la cocina eran los que más tiempo llevaba sin leer, los "gran reserva". Casi llegué a saberme de memoria esos tebeos de lo bien que me sabían esos instantes, aunque como suele ocurrir todo fue cambiando poco a poco y llegaron tiempos en los que ya me olvidé por completo de aquella deliciosa manía, como si nunca hubiera existido. Hasta que de pronto, qué razón tenía Marcelino (no "pan y vino", sino "té y magdalena") una textura o un aroma hacen que todo vuelva de pronto a tu mente y te quedes pillado en un bucle de sensualidad absoluta. Con los morros pringados de ese pegajoso placer.

   Desde el punto de vista estético es todo un descubrimiento. No uno nuevo, claro, pero quizá sí cuando lo experimentas en persona y no a través de las palabras y emociones de otros. Entonces es sin duda nuevo para ti, y con la ventaja además de que alguien te ha enseñado a reconocerlo y a comprender su importancia, que es un hecho relevante y que como tal debes atesorarlo y tratar de que se vuelva más intenso. De otro modo podría pasar desapercibido y quedarse en un simple lapsus, en una glotonería culpable incluso, aunque gracias al arte digno de ese nombre que tantas generaciones de generosos nos han legado podemos disfrutar de los sucesos cotidianos de nuestra existencia a un nivel superior y hasta recrearnos o volver a viajar con ellos. La felicidad no es material, es sensitiva, puede que hasta imaginaria, y siempre que escucho a alguien preguntando para qué sirve enseñar poesía, o pintura, o música, o filosofía en los institutos no puedo más que sentir lástima, ya que de inmediato comprendo que se trata de una persona profundamente desdichada por mucho que se quiera autoengañar con sus artilugios y monovolúmenes. Por eso están siempre así de irritados y ansiosos, queriendo regresar a la época de Juana "la loca" y sacando todas esas teorías estrafalarias o estafalarias incluso para arreglar el mundo que ellos mismos estropean por no saber observarlo y gozar de él como se debe. Que no es fácil, nada fácil. El aprendizaje nunca termina, y por eso mismo se debe iniciar cuanto antes y con toda la artillería artística. A veces nos estancamos, otras retrocedemos, otras nos equivocamos de dirección o propósito... Claro que no hay error más grave que el de rendirse en la búsqueda, en el maravilloso camino que lleva hacia Ítaca. Negarle esos descubrimientos a la chavalería es negarle una educación esencial, el único mapa de que disponemos para llegar a lo mejor que ha dado de sí la humanidad. Como decía un viejo amigo de mi juventud: "Comeros una magdalena, ridículos...". Pero despacito y con criterio.


Comentarios

  1. Itaca en un bocata de Nocilla, compagnero .... viajes existenciales en mundos de Pandemia.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

19.

135.

134.