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    Buscando datos sobre Consuelo Bello, más conocida como "la Fornarina", llego al libro "Del Madrid del cuplé", de José Alfonso (sic). Ella fue la que hizo famosa la canción de "Polichinela", y la apodaban así en parte por aquella también célebre Fornarina (Margherita Luti) que estuvo emparejada con el pintor Rafael, y en parte porque se dejaba ver bastante por el Café Fornos, uno de los más sofisticados y concurridos del viejo Madrid. Lo que me interesa de ella - además de que todo aquel ambiente de cabarets de principios del siglo XX, la "sicalipsis", que así lo llamaban, me parece fabuloso - es que tuvo un romance supongo que sicalíptico con Enrique de Mesa, el poeta de la sierra del Guadarrama. Aunque en este libro ni se menciona tal relación, y aparte de señalar que era hija de un guardia civil y "la más fina", el único amante que se le atribuye en sus páginas es el escritor José Juan Cadenas.

   Pero bueno, en realidad toda la generación del 98 era parroquia habitual de esos garitos, hasta el inflamable y severo Unamuno "eventualmente". Azorín y Maeztu fueron de hecho los que animaron a cantar en público a "la Chelito", que era también hija de un capitán de la benemérita, de modo que cuando les digan que estos señores se caracterizaban por su austeridad y doloroso sentir por España piensen que eso era sólo de día y en el Ateneo. De noche sus inquietudes eran de otro tipo.

   El libro, editado en 1972 por la colección "Veinteduros", contiene algunos datos y estampas útiles, y si te olvidas de que el tal José Alfonso es un facha de manual - en cada párrafo menciona al menos una vez la palabra "melenudos" con desprecio - tiene su punto llamativo a veces. Se esfuerza (o es que a lo mejor él era así) en captar el lenguaje zarzuelero de arrabal, los brillos castizos del billar chulapo, y la cantidad de palabros o expresiones como "¡Mi señora mamá, qué cromolitografía!" llegan a ser apabullantes. No las guardes en la mochila porque luego no podrás cargarla sin desfallecer. A mí por lo general me gustan, que conste, como toda creación popular tienen su encanto, aunque cuando te ametrallan con ellas ya es mucha tralla. El rococó verbenero satura, aturde, y en la década de los 70 ya era como jalarte una docena de milhojas de una sentada, algo sólo apto para columnistas de Arriba. Porque encima el señor todavía tiene las narices de decir que Kafka y Faulkner y una considerable lista de autores de prestigio universal eran escritores "de pata pesada"... Pues anda que tú.

   Hay un capítulo en el que cuenta con orgullo como "los obreros" les daban palizas a los homosexuales que se atrevían a no disimular su orientación, y que como eran gente sin redaños pues se los hacían con más razón todavía. "No se podían gastar bromas con la gente honesta, sana, trabajadora y bien musculada de Madrid". Habla de un escritor (Hoyos y Vinent) "vapuleado" por querer traer "a nuestras limpias y recias latitudes las complicaciones psicológicas y eróticas de las evas ultrapirenaicas". Vamos, que el ultra era él al final, el que se llevó la tunda brutal por "intentar transplantar (sic otra vez) a España, con su literatura enfermiza y decadente, los personajes de Lorrain, Abel Hermant, Huysmans..., patinando con evidencia". Para que luego digan que los obreros de entonces apenas recibían educación académica, y mira qué vigorosas influencias y formaciones gastaban. Los pones a hacer reseñas en ABC y a ver quién se atreve a plagiar a Faulkner o a publicar siquiera.

   El facha ilustrado es un espécimen digno de estudio, y sobre todo ahora que vuelven a resurgir con fuerza. Primero te plantean toda su teoría histórica o literaria, que tienen todo el derecho, no faltaba más, pero luego siempre acaban concluyendo que el asunto, sea el que sea, hay que resolverlo a hostias o fusilamientos. Nunca sabes en qué momento dan el salto de la paliza mental a la física, de un discurso repleto de referencias a autores clásicos a la reivindicación del majo skinhead. El fascismo - pese a que un facha no es necesariamente un fascista - siempre profesó un marcado culto a lo irracional, es una de las características que muchos estudiosos del fenómeno le atribuyen, y personalmente este es el punto que más despierta mi curiosidad de toda la doctrina. De hecho, sin él se desmoronaría al primer soplo, y todo lo demás no parece más que una armadura intelectual más o menos oxidada, con más o menos Virgilios y Cervantes, para acabar exaltando al abusón puro y duro. La manera en que a veces diseñan esas armaduras es fascinante. Algunos son los Victorio & Lucchino del medievo - el núcleo fundador de Falange se reunía cada año para celebrar el cumpleaños de Carlomagno - y ese es su mayor peligro: que una y otra vez son capaces de vender la misma moto con distinto envoltorio. El facha ilustrado es como un modisto heterosexual que guarda un oscuro secreto en su armario, o en su caso más bien arsenal, y al que su pluma mejor o peor disimulada siempre acaba delatando. Y por eso, quizá, odian tanto a la competencia. La literatura enfermiza y decadente es su coto de caza privado. 

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