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    Ayer se lo decía a Ana: "No me imaginaba que se fuese a armar tan gorda con lo de Pablo Hasél". Cierto que mis vaticinios nunca se cumplen, por eso tiendo cada vez más a no hacerlos, o al menos públicos, aunque en este caso de verdad que pensaba que la cosa quedaría en alguna protesta aislada y rápidamente disuelta, como el Nesquik. Pero en la práctica se ha preparado un buen Cola-cao, una revuelta con un montón de grumos.

   En la tele hablan de cientos de miles de euros en destrozos, por no mencionar el coste de movilizar a los anti disturbios, que no salen gratis. Al final cuesta mucho más caro tener a Hasél encerrado que dejarlo suelto, y buena parte de la sociedad sigue sin entender a quién beneficia semejante decisión, qué se consigue con ella exactamente. Si existe algún modo de tratar de "reinsertarle", que es lo que dice la constitución que hay que hacer - y ya sabemos que lo que dice la constitución no sólo implica un orden sino una orden también - no parece que este sea el mejor medio. En su caso esa reinserción supongo que debería consistir en que pensase de manera distinta, o al menos en que expresase con mayor prudencia lo que piensa, igual que yo mis vaticinios, y confirmando sus creencias de que vive en un sistema violento con quienes cuestionan sus principios y discursos oficiales tengo para mí que lo único que se consigue es convencerle más todavía de que tiene razón, y no sólo a él.  

   Porque conviene no olvidar que encerrar a alguien en una celda es siempre un acto de violencia, y no de los más leves. Que te enjaulen a la fuerza es una agresión brutal, una humillación como pocas, y me parece que demasiada gente no tiene esto presente y sigue considerando que enchironar alegremente al personal es algo que puede decidirse por los más ofendidos de la cafetería en cuanto se acaloran por no sé qué milongas. Si usted encierra o pide que encierren a alguien por lo que ha dicho en una canción usted es como mínimo tan violento como el otro, si no más. No consigo entender por qué se siente usted mejor o más demócrata o lo que sea que se sienta. De hecho, usted me da bastante más miedo que Pablo Hasél, porque al menos él sí deja claro de qué va y hasta dónde llega, y por otro lado no me creo que tenga la menor posibilidad de consumar ni una sola de sus fantasías líricas. Pero en cambio usted, que se siente satisfecho en lugar de preocupado cuando privan de su libertad a otros, que considera incluso que es su deber pedir a gritos que lo hagan, me aterra, y estoy seguro de que si algún día vinieran a por mí, a meterme en un calabozo por haber traspasado no sé qué límite verbal, antes encontraría un poco de comprensión y compasión en ese malvado rapero que en usted, que sin duda estaría ahí exigiendo "más mano dura" con los tipos como yo, o "un par de hostias bien dadas en comisaría", que es el otro single de su repertorio (o "repartorio", bueno). 

   Cuando una sociedad ha perdido su capacidad para convencer a los chavales de que se equivocan en sus actuaciones, ya sean musicales o de protesta callejera, quizá es que ha llegado el momento de hacerse preguntas más que de seguir esperando una y otra vez una contundente respuesta policial. Ana me lo decía ayer: "Es que la gente está cada día más cabreada con todo lo que sucede...", y es verdad. No es un secreto para nadie que estamos en un punto en el que la agresividad, la frustración, la penuria y etc. crecen exponencialmente, y que la única alternativa que parecen ofrecer algunos es resolver el asunto por sus pelotas de goma. Enderezando a "los violentos" a base de leches, no sabemos ya si con una solución posterior de Nesquik o de Cola-cao o de qué. Aunque en este pronóstico no creo que me equivoque: no va a servir de nada. Ni la gente ofendida estará menos ofendida, ni Pablo Hasél dejará de pensar como piensa, ni ninguno de esos males que dicen combatirse se volverá menos grave, sino al contrario. Claro que esto no llega ni a vaticinio, es obvio, y en realidad lo que más me asusta es lo evidente que es o debería ser. Eso sí que me preocupa. 

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