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   Estos días andamos explorando los alrededores del río Pradillo, que como su nombre indica tiene algunos estupendos a sus orillas. Modestamente, ya que ninguno de los dos somos atletas ni de lejos y a partir de la segunda cuesta pronunciada tardamos unos minutos en poder hablar otra vez. Bruma lo lleva mucho mejor, sigue corriendo y rebozándose como poseída, y más cuando abandonamos el camino pecuario y atravesamos pendiente arriba alguno de los robledales.

   Yo vengo de una familia de vaqueiros de los puertos y las brañas, aunque en realidad tengo más alma de cow-boy de las llanuras, sobre todo por las llanuras. Lo descubrí con veinticuatro años, un día que subí al monte con mi abuelo y casi me da el menú completo (soponcio y patatús) en un repecho. Llegó un momento en que no sentía las piernas ya, mientras que él con setenta y pico tacos seguía tan fresco después de la ascensión, con las pulsaciones a noventa como mucho. De tenerla yo creo que hasta me habría dado vergüenza, claro que mi abuelo, a pesar de la época, entorno y circunstancias en que se había criado, era un hombre al que se le notaba muy poco eso que llaman la masculinidad tóxica, y ni alardeaba de su vigor y resistencia, que eran realmente asombrosos, ni se le habría ocurrido nunca humillar a nadie por su flojedad, y menos a su nieto melenudo y fumador de lo que pillara. Fingía no darse cuenta y me señalaba el rastro del jabalí.

   Mi tío Xulio ha escrito un libro sobre él que está a punto de salir. Xulio lleva como veinte años dedicándose a la docencia y la investigación, editando sólo obras académicas, de sociolingüística y por ahí, aunque el fallecimiento de su padre le ha hecho volver al desahogo literario. Así debió de empezar todo: con las emociones más básicas. El arte de escribir se ha ido refinando a lo largo de los siglos, con decenas de géneros y escuelas, pero el impulso esencial no ha variado tanto. Decía Monterroso que sólo hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas, que aunque caben en tres palabras - una de ellas comodín del publicador - dan mucho de sí y pueden mezclarse y ramificarse hasta la locura. Pero el cogollo es el que es, no tenemos otro, y querer huir de esos asuntos por caminos más o menos llamativos no deja de ser otra manera de confirmar su importancia.

   Recuerdo un relato de Bukowski en el que coincidía con un tipo de su edad (avanzada) pero que sin embargo estaba en un estado de forma magnífico. Hacía pesas y batidos naturales, se cuidaba todo lo posible, y al final el viejo cabrón de Hank escribía sobre él: "Nunca había conocido a nadie con tanto miedo a morir", o algo parecido. La vida, la muerte y los insectos que zumban a nuestro alrededor a millares... ¿qué otros asuntos hay? Buscar una, escondernos como podamos de la otra y observar mientras los vuelos humildes, tantas rutas incalculables que sin embargo en algunos casos nos acaban resultando familiares y queridas, de una hermosura prodigiosa. Señalárselas a los que vienen detrás. 

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