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    Vienen a visitarnos Andrés y Claudia - y su perro Buk - y vamos los seis a caminar un rato junto al río. Andrés tiene una editorial de libros de ajedrez, lleva casi veinte años publicando todo tipo de obras sobre el tema, y ahora que estoy volviendo a jugar con alguna regularidad le pido que me recomiende algún título para empezar a ponerme las pilas. "Claro, Pablo, vente un día al almacén de Madrid y te doy un lote... ¡Aprovéchate de mí!". Así da gusto.

   Me contó una anécdota muy buena de Mijaíl Tal, el genio de Riga que hizo del sacrificio de piezas un arte (primero sacrificas y después calculas, era su lema; o como diría Mario Benedetti: una gastadera de guita al pedo, gordo - que también hay que reconocer que Tal se los pillaba con bastante frecuencia). A veces el ajedrez puede llegar a ser excesivamente mecánico, sobre todo entre grandes maestros que ya se conocen todas las aperturas y variaciones y apenas se salen de la ortodoxia. Porque la ortodoxia es aburrida, aunque suele ser eficaz. Un poco como los acordes y notas y demás para tocar el piano; aprenderlos es un suplicio, claro que sin dominarlos no te pongas a competir con Rajmáninov. Estás perdido antes de empezar siquiera, por mucha improvisada emoción y talento que le quieras poner a la interpretación. Como la música el ajedrez es en cierto modo un lenguaje también, y si no sabes ni dar los buenos días, un sol nítido y brillante, olvídate. Sobre el tablero no hay Operación Triunfo que valga, no te mides con chavales como Bustamante, sino como Daniil Dubov, que a pesar de que a veces participa en camiseta, bostezando o incluso con gafas oscuras, igual que si acabara de salir de un fiestón, con catorce años ya era maestro internacional y antes de que muevas ya sabe exactamente lo que vas a hacer y cómo va a joderte. Por mucho que te pongas a llorar en el escenario los puntos Elo se los va a llevar él, David.

   Lo que ocurre es que, como en todo lenguaje complejo, muchas veces también hay pura poesía en el ajedrez, combinaciones insospechadas y perfectas que dejan al personal boquiabierto. Y Mijaíl Tal era un poeta indiscutible, con visiones que todavía hoy se estudian, estrategias caóticas en apariencia pero con un orden interno posterior letal. En una de esas su contrincante quiso darle una dosis de su propia medicina y tras estar meditando un rato largo, muy largo, le ofreció un cebo, una jugosa pieza de regalo. Mijaíl no se lo pensó ni un segundo: la rechazó y siguió a lo suyo. Cuando después le preguntaron por qué no lo había reflexionado siquiera contestó: "¿Para qué? Ya lo había pensado él por mí...". Enfréntate a un tipo con esa capacidad táctica y ese tacto intelectual sin saber lo que es una siciliana y te come hasta el alma. 

    Hay que reconocer que esta semana la partida de partidos se ha puesto interesante. Audaces ataques de dama de Arrimadas y Ayuso, enérgicos gambitos y hasta gambitas para replicar, Ángel Gabilondo como puesto de caballo, el rey de Podemos saliendo de su enroque and roll para unirse a la ofensiva a lo primate sin primarias... Están los analistos que no dan abasto, con los pactómetros y toda la maquinaria politóloga echando humo, y la pobre señora Metroscopia cocinando como si acabara de entrar un autobús de belgas en el garito, con las ollas y el mandil que no sabe ni dónde ponerlos ya. Parece un diseño de Tal, con un loco sacrificio de Cantó incluido, aunque no tengo claro todavía si del Tal legendario, conectado a la dinamo de los planes maestros, o del que se presentaba con dos o tres vodkas encima y la armaba en la centralidad del tablero confiado en que de todos modos iba a ganar porque eso era lo que solía suceder siendo quien era. Suponiendo que existiese alguna diferencia entre ambos, claro. ¿Existía o realmente su táctica era romper los esquemas para descolocar al rival y calcular después? ¿En qué medida se improvisan las genialidades o se tienen ya pensadas, quiero decir? ¿Se pueden prever las causas y efectos hasta ese punto o el gran especialista no es más que el que mejor sabe desequilibrar un sistema en el momento oportuno y aprovechar esa confusión que se crea para luego moldearlo a su favor? Porque es evidente que aquí no todos pueden estar acertando a la vez. Alguien tiene que ganar y alguien tiene que perder votos después de todo este mogollón. ¿Saben hacia dónde van al final o están jugando con nosotros y sólo nos lanzan anzuelos para morder y aprovecharse luego de esa debilidad? Mijaíl tendría una respuesta seguro... y muy probablemente seguiría a lo suyo, buscando la iniciativa de verdad.  

   

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