54.

   Vemos "Anatomía de un dandy", el documental sobre Francisco Umbral que salió el año pasado.

   Para mí Umbral siempre fue un poco el Saint-Simon de la transición y el felipismo. Vale que Monsieur Louis de Rouvroy fue un duque genuino, y que además él habría sido el primero en admitirlo y exigir el tratamiento, claro que en lo que a otros títulos se refiere por ahí se andaban, ambos dejaron páginas para aburrir sobre lo que vieron y vivieron desde su posición privilegiada, y aunque existen diversas versiones sobre la nobleza de Umbral lo que no se puede negar es que si no era noble al menos lo parecía con sus capas y su foulard y esos aires de señor sobrado. Supongo que la palabra más adecuada sería "aristoácrata", un marqués de portería y por deporte que llegó a publicar 135.000 artículos (!) y 110 libros, una obra equiparable a la del grafómano francés (que durante sesenta años escribió a diario, los últimos treinta de un modo casi patológico) por sus volúmenes.

   Don Francisco gastaba melena de león y se dejaba invitar por Madrid. En sus tiempos dorados fue el rey de la selva del columnismo, superando incluso a fieras como Vázquez Montalbán, que a veces sacaba hasta tres entregas semanales (de calidad, se entiende). Se lo comía todo en El País, que entonces era el diario del régimen, y entre la gente guapa o fea había puñaladas por aparecer en sus crónicas. Miles de personas desfilaron al final por ellas, cada una con sus pinceladas y sus pintas, no siempre favorecedoras, y si el costumbrismo gráfico de la época bebía de Forges - cosa que el propio Umbral señaló - el literario era su territorio de caza. Cada noche observaba a pititas y pegamoides, a pasotas tirados y socialistas en ascenso como carne fresca para la máquina, y es algo sabido que hasta los que peor parados salían de su picadora con teclas llamaban al día siguiente a Paco para pagarle una cena a lo bestia, a ver si así se calmaba. 

   Aunque en exceso cansa, llega a saturar, en mi caso es un tipo al que siempre acabo volviendo de vez en cuando desde la adolescencia. Por ahí tengo una buena pila de libros suyos, unos veinte, no sé, y todos los años hay una tarde en que agarro alguno y me lo leo para volver a encontrarme con él. Siempre en pequeñas dosis, repito, no se debe abusar de Umbral, pero un chupito de su estilo da un buen punto, emborracha la prosa lo justo, y a estas alturas yo creo que ya se puede decir claramente que con toda su irregularidad y sus defectos, que los tenía como cualquiera, cuando estaba conectado era un maestro. Del escritor mercenario, sin otra especialidad reconocida o reconocible, puedes no esperar grandes análisis, revelaciones apoteósicas, pero sí que te enseñe a escribir, que te lleve como hechizado por sus líneas y párrafos. Si no se está diciendo nada nuevo en el fondo no puede hacerse de manera superficial, y ahí es donde se ve el oficio, la destreza para llenar ese vacío incluso vacilando a la realidad si hace falta, buscando una esquina distinta en la que quedar con ella para tomar un cubata si es que el congreso no se puede todavía. En ese paseo detectas al autor: su consistencia, sus trucos, su dedicación, su profesionalidad (que es por lo que se supone que le pagan). En definitiva, su capacidad para ajustar el texto a unas determinadas dimensiones, pero dándole siempre una nueva, la que toque, para así poder abrirlo o cerrarlo cuando apetezca. Como una puerta.  

Comentarios

Entradas populares de este blog

19.

135.

134.