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    Leyendo la autobiografía de Ludek Pachman, "Comunismo y ajedrez", me encuentro un episodio que me llama la atención.

   Tiene que ver con el día en que conoció a Alexander Alekhine, el hombre que le arrebató el título mundial a Capablanca (1927) y que murió reteniéndolo. Sólo lo perdió en una ocasión frente al holandés Max Euwe (1935) contra el que jugó "realmente ebrio", según contó su rival. Pero dos años después volvió a recuperarlo y en la fecha en que el autor se lo encontró no había nadie capaz de batirle. Era dios sobre el tablero, más que listo el listón. Ludek Pachman no había llegado a ser todavía el gran teórico de fama internacional que luego fue, simplemente un joven checoslovaco que empezaba a destacar un poco. Compitiendo en un torneo sin demasiada importancia había resuelto con estilo algunas partidas, y Alekhine, que tenía el radar muy fino para esas cosas, le citó para un café. Y digo "citó" en vez de "invitó" porque se sabía que él jamás pagaba sus consumiciones "por una cuestión de principios". Casi siempre había alguien que lo hacía, y si no pues se piraba igualmente de los garitos sin pasar por caja, que los principios son los principios. "¿Quién es usted para decirme a mí la cantidad de bebida que tengo que abonar?", como diría Aznar. Vamos, que era un campeón en todos los sentidos...

   Pachman no tenía una corona y tuvo que hacer auténticas virguerías para convidar en el Luxor a aquel rey del ajedrez. Aunque a cambio recibió muy buenos consejos y observaciones según relata, que teniendo en cuenta las tarifas actuales de alguien con ese nivel por una clase privada casi fue un chollo, también hay que reconocerlo. De todos modos me hizo gracia esa actitud de Alekhine, y la pregunta es casi obligada: ¿Qué "principios" serían esos? El checo no los concreta, quizá ni siquiera los conocía y los interpretaba un poco como uno de esos movimientos aparentemente estúpidos y temerarios que hechos por un aficionado no ofrecen duda: lo machacas, aunque si te los juega alguien de esa autoridad impresionan y asumes de inmediato que son magistrales. De hecho, hay analistas que sostienen que cuando recuperó el título en 1937 cometió varios errores y que Euwe no quiso cobrar esas piezas - como otros los cafés - intimidado por su reputación, suponiendo que había una táctica bien elaborada detrás. No lo sé, no soy un analista competente de ajedrez, claro que esa también es sin duda una estrategia, el célebre farol, peligrosa pero muy eficaz cuando cuela y acabas ganándote la copa.

   Esto en política es casi una forma de vida, y las "cuestiones de principios" sin especificar en las que al final siempre acaban pagando otros son el movimiento número uno. La palabra "principios" en seguida hace suponer que existe una sólida posición de fondo, y que aunque la decisión no tenga ninguna lógica y hasta podamos olernos una estafa la cuestión está clara y es válida, indiscutible. Si en este país nos devolvieran toda la pasta que se ha gastado en bares y restaurantes a costa de "los principios" nadaríamos en la abundancia. Tendríamos a los suizos recogiendo tomates en los invernaderos de Almería. "¿Qué es eso que llevas ahí?". "Serr un aparrato parra hacerr fondues, señorrr...". "Con este calor no lo necesitas. El queso se funde solo. Déjate de manipular chismes y ponte a currar por España, sinvergüenza...". Nos sacan tantas veces al día los principios que sorprende que todavía tengamos diez euros en el bolsillo para invitar a tanto campeón. Si bien seguimos sin saber en qué consisten exactamente esos principios, de dónde han salido y hacia dónde van, y tal vez no lo sepamos nunca. Porque Alekhine al menos tenía el detalle de ofrecer una instructiva charla después. No sobre principios, vale, pero sí sobre ajedrez, que no deja de ser interesante. Claro que con estos otros no sé yo... ¿Merece la pena cubrir tanta factura en nombre de unos principios que ni siquiera nos explican debidamente, si es que existen? Mucho me temo que moriremos sin haber aprendido la lección. 

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