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    Leo que en Francia "varios ministros son acusados de acudir a cenas y fiestas clandestinas", y me quedo unos segundos pillado, pensando en lo que ha cambiado la clandestinidad política desde esos tiempos en que lo que hacían sus practicantes era esconderse en diminutos pisos francos (o no-francos en España, bueno). Hay que reconocer que en eso sí que hemos mejorado; del sórdido apartamento en la periferia para digamos apartarse de las autoridades se ha pasado a "lugares exclusivos de París", a unos destinos clandestinos vip a los que no sorprende que hasta esas mismas autoridades quieran acudir en masa.

   En su libro "Camboya. El legado de los Jemeres Rojos", Mark Aguirre cuenta que hay un restaurante allí en el que se sirven menús como los que se servían en los campos de prisioneros de Kampuchea, o sea, agua manchada y poco más. Para hacerse una idea de lo que fue aquello, porque hasta los camareros van vestidos de época, y supongo que si te has olvidado la cartera en lugar de ponerte a fregar platos, que tampoco es que haya mucho que limpiar en ellos, pues te meten un culatazo de kaláshnikov en el hocico y luego te mandan a pañar arroz en humedales llenos de culebras, por listo. Así te reeducas en condiciones y la próxima vez te vas a la hamburguesería burguesa.

   Al parecer el invento tiene su éxito. Hay gente para todo, incluso capaz de pagar caro que les vean el careto, aunque a mí la nueva clandestinidad francesa me parece mucho más tentadora, la verdad, y con la ventaja añadida de que la fantasía de opresión comunista en la que te sumerges es todavía más ficticia y en ella puedes experimentar que la lucha por la libertad no está reñida con el lujo, que es uno de los grandes descubrimientos del neoliberalismo, aparte de esa censura en la que en lugar de multarte o echarte del periódico por tu incorrección te pagan el doble.

   Es cierto que a veces los pongo un poco pingando aquí en mi cuaderno, pero hay que admitir que con todos sus defectos los neoliberales son personas que tienen muy claras sus convicciones y que saben defenderlas con carácter. Tan pronto los ves manifestándose en un descapotable con chófer como desafiando al sistema no sólo desde los puestos más altos y relevantes de ese mismo sistema, sino poniéndose hasta la bola de buey a la borgoñona con un buen Chateau Lafite, y si no hay foie casero pues ya foiarán donde sea. Así se las gastan, y como además tienen para gastar lo que no está escrito ni en los papeles de Bárcenas pues su brega por la democracia es inagotable.

    Anda que no ha corrido tinta con aquellos parisinos de mayo del 68, con su banalidad y su hipocresía. Hasta Pasolini si no me equivoco escribió un texto en el que explicaba que de las dos trincheras que se formaron la que estaba ocupada por gente de origen modesto y hasta pobre era la de los policías, mientras que en la otra buena parte del personal que arrojaba piedras y eslóganes eran los cachorros de las familias más acomodadas de Francia. Como toda generalización quizá no era del todo exacta, aunque su parte de razón tenía también, claro que comparados con estos oprimidos de ahora aquellos jóvenes privilegiados jugando a la revolución eran burdos aficionados. Estos no es que ganen más pasta que los guardias, es que los tienen a sus órdenes, y no viven en una buhardilla del barrio latino pagada por mamá y papá, fingiendo una miseria que nunca conocieron en realidad, sino con una tarjeta de crédito de esas que quitan el hipo y privatizando hasta el sol para no privarse de nada. Los sesentayochistas por lo menos disimulaban, sentían cierto pudor por ser niños ricos y trataban de impostar una clandestinidad y unos enfrentamientos con el poder establecido que hasta cierto punto daban el pego. Pero con los libertarios contemporáneos cágate lorito, como no vengan rápido los escargots igual hacen despedir al camarero. De seguir esta progresión al final estar sometido en un estado totalitario acabará siendo un chollo, ya verás. No habrá descendiente de familia ilustre que no se lo plantee como una profesión de futuro, muy por encima de la carrera de derecho o incluso del estudio de la noble ciencia económica. 

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