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    Hoy cumplo 46 tacos y supongo que debería decir algo, aparte de que soñé que me ahogaba en un abismo submarino lleno de dibujos - lo juro - de los personajes de "Aladdín". Que lo de ahogarse y el abismo pase, no deja de ser una pesadilla bastante normal, pero lo de la película de Walt Disney ya es demasiado freudiano, sobre todo porque ni la he visto nunca ni la he oído mencionar desde hace décadas. Aunque con 46 años ya tienes tal cantidad de agujeros negros y chatarra espacial en la cabeza que no sabes ni por dónde empezar, y en realidad lo que se hace habitualmente es un diminuto resumen, sacar a relucir una pequeña muestra de las averías cerebrales que esta vida nos produce. Escribirlas y describirlas por si sirve de algo, si bien al final cada día se te hace más evidente que no.

   Yo creo que el problema es que buscamos soluciones, que son como respuestas glorificadas, y que mientras lo hacemos tendemos a complicar y joder las cosas más todavía. Los humanos somos como los míticos elefantes de la cacharrería; queremos a toda costa encontrar la pieza clave, ordenar y resolver la movida, pero no por ello dejamos de ser animales torpes y con más tendencia a la grandeza de la que necesitamos, por no hablar de la trompa que tenemos a veces. No hay más que encender la tele para verlo: todos los tertulianos y políticos paquidermos ahí como puestos de cacharros, sin que se sepa distinguir ya quiénes son los bichos invasivos y qué las mercancías que se venden, montando un estropicio que lleva ya siglos yendo a peor y sin que nadie parezca coscarse de que a lo mejor lo que habría que hacer es dejar de arreglar el mundo, entre otras cosas porque el mundo ya es mayorcito y no necesita que lo arregle una manada de chiflados, sólo que lo dejen en paz y que cada cual se busque tranquilamente en él su puesto y sus repuestos para seguir funcionando. Es así de sencillo; claro que si hay algo que vas descubriendo con la edad es que la opción más simple y natural es siempre la última que elegimos, y eso suponiendo que en algún momento tengamos la lucidez suficiente como para hacerlo. Somos criaturas enrevesadas y así nos va: al revés de como debería. Pero así es la vida, y esto es algo que hay que aceptar también. Querer solucionarlo sería en cierto modo volver a entrar en el mismo bucle.

   Ayer gané por primera vez a Rafael al ajedrez. Es mucho mejor jugador que yo y tuve que estudiar previamente algunas variantes de la siciliana, que es la defensa que suele usar, para tener siquiera alguna posibilidad. Al principio me posicioné bien: un enroque largo protegido por el alfil blanco en la línea de peones y el flanco de rey listo para hacer un "ataque yugoslavo", a ver si colaba. Pero no coló, claro, que eso Rafael ya lo sabe y lo vio de lejos, y antes de dejarme iniciar mi ofensiva de manual se puso a desmontarme todo el esquema. De momento voy aprendiendo las aperturas poco a poco, aunque los desarrollos los tengo que trabajar mucho todavía, y no digamos ya los remates, o mates en este caso. De hecho, me tenía casi ganado, si bien al final cometió un error que no vi pero pude aprovechar. Nos estaba mirando un señor que es experto de verdad, de los de 1.800 para arriba, y aunque por supuesto no dijo ni señaló nada noté en eso que llaman el lenguaje no verbal que el plan de Rafael no era tan bueno como parecía, que había algo que no había tenido en cuenta y que ese señor había calculado en silencio, así que en lugar de defenderme como tenía pensado lancé un tímido ataque y tras una combinación afortunada resultó. Antes de la última jugada no me lo podía creer. Estaba revisándolo todo para encontrar el fallo, asumiendo que tenía que haber alguno, hasta que el señor rompió un poco las reglas y me dijo sonriendo: "No lo dudes tanto. Es jaque mate". Lógicamente estábamos entre amigos, y fue una buena partida, aunque como decía aún estoy en pañales a mis 46 años para vislumbrar siquiera los recovecos y matices de lo que en el fondo no es más que un simple juego. Sin duda es muchísimo lo que me queda por aprender... Empezando por el nombre del señor, que diría un cristiano.  

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