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    Ayer asistimos a un primer ensayo de las elecciones. Había que elegir entre el debate de las madrileñas - y madrileños - o la entrevista a Rocío Carrasco, y si no me equivoco la segunda opción ganó por goleada. 

   Nosotros también vimos a Rocío. Un rato, como media hora, y luego nos acostamos a leer. Ahora estoy con "Los papas malos", de E. R. Chamberlin, un estudio sobre las aventuras y desventuras de los obispos de Roma durante el medievo, que las había como para hacer un culebrón venenoso, aunque para papa malo el de Rocío Flores. Si yo llevase un cuarto de siglo viviendo a lo grande a costa de mi ex te aseguro que no la pondría a parir, y hasta le mandaría un detalle para celebrar nuestros divorcios de plata. Un pasaje para un crucero de lujo por el Tirreno para que lo disfrutase con su maromo preferido. Que además de un ex marido también es un ex guardia civil, y no veo yo que con esa señora se ponga tan desafiante en la tele, a pesar de que seguro que no sacó ni una décima parte de pasta con la separación del cuerpo y el espíritu.

   Alguna mama mala siempre hay, no digo que no. Un capítulo de la obra de Chamberlin está dedicado a "la casa de Teofilato", de donde salió la célebre "papisa Juana", una leyenda que como muchas otras ni es cierta ni es falsa del todo. Porque en efecto en esa casa, o palacio más bien, hubo dos mujeres poderosísimas, en especial Marozia, que sin haber llegado a oficiar una misa - ni ganas - conocía el oficio mejor que cualquier varón de entonces. Eligió por su santa voluntad a unos cuantos sumos pontífices, y llegó a liquidar a varios durante un estimable periodo del siglo X al que los cronistas bautizaron como "pornocracia", porque llamarlo siglo XXX era demasiado cantazo ya. Pero vamos, que sí, que cuidado con la mama mala a veces... Claro que te pones a mirar las estadísticas y los papas malos fueron muchos más. Y eso sí que no es ninguna leyenda.

   Así que si hay que elegir entre las preocupaciones de Rocío Carrasco y las de Rocío Monasterio me quedo con las primeras. En general prefiero la empatía al empatío, sobre todo si los tíos en cuestión no saben lo que es la falta de cobertura ni en el móvil y ya les ves la intención adulterada a kilómetros. Aparte de que andar condenando materninades ajenas, o incluso las propias, me parece una costumbre terrible y por desgracia demasiado arraigada, y que sea precisamente la época de domino de la senadora Marozia la que se conoce como pornocracia, cuando montar orgías y burdeles privados en los salones de poder fue y sigue siendo una constante histórica, me resulta muy revelador. Después de todo ella tuvo que prostituirse (con un papa malo) siendo todavía adolescente, apenas una cría, y de esos polvos vinieron los lodos de después. De esa manera fue aprendiendo astucias y crueldades que más tarde utilizó y transmitió a sus hijos (todos papas malos también) hasta que uno de ellos al final la mandó emparedar. De modo que no sé... pero tengo para mí que en todo este debate la cuestión importante en el fondo no consiste en elegir cadena, sino en empezar a romperlas todas de una vez. O a apagarlas, bueno, que estamos en el siglo XXI.   

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