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    Leo el twitt lleno de corazones verdes de una señora que se queja de "la irresponsabilidad de algunas trabajadoras de la Cruz Roja" por "abrazar a un africano desconocido y sin protección alguna". Con esa falta de protección no sabemos si se refiere a la trabajadora o al africano, aunque el peligro potencial está claro: "contagiar a todo su entorno". Y es que es ya un hecho probado que cuantos más africanos se ahogan en el mar más se extiende la cólera en los países europeos limítrofes. Miles de personas empiezan a padecer extraños síntomas, como ardor guerrero, pérdidas de interés en las acciones, paranoias con hermanas que van a ser seducidas, delirios de grandeza nacional... 

   La verdad es que es un cuadro clínico curioso, quizá único, en el que los pacientes parecen cualquier cosa menos eso. Tu ves la escena y apostarías a que quien está sufriendo es el africano, pero resulta que no, que son la señora de los corazones verdes o enfermos semejantes los que lo pasan peor y se quejan a voces. Ellos son las verdaderas víctimas del dolor ajeno, los más afectados por la miseria y la muerte de otros, y pese a que el fenómeno no está todavía estudiado creo que podría aventurarse una hipótesis y afirmar que lo que tienen estas personas es envidia de pena. No soportan que la atención, tanto sanitaria como social, se oriente (ellos son más de occidentalizarla) hacia la gente que la necesita con más urgencia, y cuando esto sucede los enfermos de envidia de pena en seguida empiezan a manifestarse, a hablarnos de las terribles situaciones que imaginan o a las que deben enfrentarse desde su cuenta de Twitter contra plagas como el buenismo o la multiculturalidad o el progresismo, que así de entrada no es que parezcan palabras tan temibles, pero que en el fondo encierran peligros atroces para quienes tienen una mente así de lúcida y ven más allá de las simples apariencias: un futuro de caos y destrucción tras cada abrazo al africano contagioso. 

   Porque para ellos no sólo su cultura, o raza, o religión, o etc., es incomparablemente superior, también sus desgracias, y aunque estas posiciones no pasarían el filtro de una clase de ética de bachillerato la envidia de pena es irracional y tozuda, una patología absolutamente maligna que en los casos más avanzados puede derivar en desequilibrios cerebrales graves o incluso en reacciones de una violencia extrema contra los más débiles y vulnerables, que son los sujetos en los que se proyecta toda esta ira delirante. Nunca contra los grupos de poder, siempre contra los más frágiles y desatendidos, a los que paradójicamente acusan de estar acaparando todo el dinero cuando basta con mirarlos para ver que no tienen ni un euro encima, ni un triste bocata que llevarse a la boca. Es lamentable la envidia de pena, sin duda, y tal vez quienes la padecen deber ser dignos de compasión también. Pero por orden, claro. Cuando les toque de verdad. 

    

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