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    El Tribunal Superior de Justicia de Madrid rechaza la querella por falsedad documental presentada contra la señora Rocío Monasterio. Reconoce que los documentos que entregó eran falsos, pero de una falsedad tan "burda", tan de aficionada, que no llega a ser creíble ni por tanto delictiva de lo cutre que es. 

   Y no les falta razón: un timo así yo también lo desestimaría. La de falsificador es una profesión dignísima, llena de falsificadores auténticos, de verdaderos artistas de la falsedad que de ningún modo pueden ser comparados con estos chapuzas. Confundir un verde musgo con un verde enebro en una imitación de un Rembrandt vale, pero presentar una fotocopia en blanco y negro de un sello oficial no me jodas... Eso es de chiquillos, y de chiquillos educados en la Logse encima, una falsificación indocumentada más que documental. Semejante vulgaridad no merece ningún tipo de reconocimiento, ya que podría ser reconocida a simple vista, y qué sería de España si empezásemos a aceptar también las falsas falsificaciones como genuinas y no digamos ya como geniales. "Pero señor juez...". "Señor magistrado, si no le importa, o Señoría Ilustrísima si lo prefiere... Y no, no insista, pollo, su falso Picasso es abominable, terrorífico, no engañaría ni a un chimpancé... No ha pintado usted más que monigotes desencajados... ". "Es que el original era así... Se llama cubismo, Señoría Ilustrísima... Póngame una multa por mi obra, se lo suplico, o hágame una severa advertencia al menos...". "¡Que no! ¡Esto es un garabato infame! ¡Hasta los del top-manta dibujan mejor su cocodrilo de Lacosta! Le voy a declarar inocente en toda la extensión de la palabra: por no culpable y por simple también... Qué Picasso perdido ni qué hostias... ¿Pero usted ha visto alguna vez por ahí gente con la cabeza triangular y los ojos a la altura del ombligo, alma de cántaro? Si es que lo miras y ya te das cuenta de que no puede ser... ¡Y deje de llorar de una vez!...".

   Sabemos que la mentira forma parte de la realidad. De lo contrario no existiría, no podríamos identificarla como tal al encontrarnos ante una. Claro que es un terreno resbaladizo el de las mentiras; si bien en teoría todas pueden ser reconocidas cuando se comparan con la verdad algunas están tan logradas que llegan a confundirnos, nos hacen incluso dudar de qué es o no lo auténtico y tiene uno que ser un experto o casi un sabio a veces para caer - o no caer, bueno - en la trampa. Sin embargo, otras se ven a kilómetros, son tan lamentables que lo que nos ofende no es el embuste, sino que nos tomen por idiotas. Si hay algo peor que la falsedad es la falsa falsedad, la impostura de saldo que no llega ni a serlo casi y por ello no produce otra cosa que vergüenza ajena. Si el poeta es un fingidor como decía Pessoa, el fingidor debe ser también un poeta y lograr que le encontremos algún mérito a su mentira, un mínimo de belleza o hechizo en ella que la transforme en nuestro imaginario en otro tipo de verdad o al menos en un tipo penal. Sobre algo así debieron cavilar los magistrados del TSJM al examinar el caso de la señora Monasterio, y es muy de agradecer su demostración de que hay falsedades creíbles y otras que no lo son, aunque también lo sean. De que una cosa son las mentiras condenables y otra las condenadas mentiras que cada día tenemos que ver y escuchar sin que se pueda hacer nada al respecto. 

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