77.

    Hace unos años me dio por releer el Cantar del Cid. Ya me lo había tragado en el instituto, y me lo volví a tragar otra vez. Recuerdo un episodio en especial: don Rodrigo ya había tomado Valencia y doña Jimena aparecía por allí para deleitarse con el mogollón de huertos y muertos, con toda la hermosura y riquezas que su señor había conquistado - decía Ortega y Gasset que nada que dure siete siglos se puede llamar "reconquista". 

   Por supuesto las tierras eran para Alfonso VI, que de no ser tan español y viril el Cid hasta podrían escamarnos tantos regalos y devoción a ese hombre. "Toma, mi rey...". Rafa explica detalladamente todo esto en la primera parte de su "Manual de literatura para caníbales", un libro maravilloso, así que no ahondaré más en el tema aquí y sólo diré que doña Jimena no parecía haberse dado cuenta todavía de la obsesión de su marido con Alfonso y contemplaba el paisaje mediterráneo como hipnotizada en aquella escena. El autor lo resolvía con un sencillo verso: "... y se veía el mar", o algo así. 

   No parece gran cosa, aunque recuerdo que en la edición que tengo en Oviedo, la de Francisco Rico, había una nota a pie de página donde se explicaba su importancia. En el ejemplar que tenía para su uso personal Azorín había escrito en un margen: "Claro, nunca había visto el mar...". Bueno, no lo sé, si no estoy mal informado doña Jimena era asturiana y no es descabellado pensar que tal vez sí, pero muchas mujeres castellanas de la época seguramente no lo habían hecho. Podían pasarse toda la vida sin salir de la meseta, del pueblo o incluso del convento, y lo que hoy resulta insignificante podía ser una imagen de una fuerza lírica brutal entonces, cuando el cantar se recitaba a personas que realmente nunca habían visto el mar. La ensoñación que producía debía de ser como una superproducción hollywoodiense actual. 

   Cavilé un rato sobre aquello, y la mente se me fue a otra lectura. A "Las venas abiertas de América Latina", de Eduardo Galeano, donde al hablar del tráfico de esclavos contaba que muchas personas que eran capturadas en zonas del interior de África se quedaban horrorizadas al ver el mar por primera vez. Su sonido era como un rugir, creían que había fieras ocultas en él, algo absolutamente maligno, y están documentadas las reacciones de pánico colectivas intentando alejarse del océano. Cierto que si te secuestran, te encadenan y te trasladan a palos casi cualquier novedad te va a parecer infernal, pero el contraste entre esas dos primeras visiones del mar, la poética y la espantosa, la triunfal y la descarnada, es llamativa. El espectáculo no deja de ser más o menos el mismo, claro que las circunstancias en que se percibe pueden llevar la imaginación a lugares muy distintos, conducirnos a lecturas opuestas del mar. Así que escribir es anotar lo que lees en el fondo, y vivir es notarlo.

   Quise ordenar un poco estas ideas y me puse a redactar una carta para mi tío Xulio donde le contaba la milonga, aunque en realidad era más para mí que para él. Teclear me ayuda a descubrir, es mi forma de pensar con calma, por eso lo hago, y al terminar mis divagaciones le envié el correo sin más. Al día siguiente me llegó la respuesta, y en ella me contaba la historia de Sebia (que nunca estoy seguro de si se escribe así o con "uve") una señora que vivía en el pueblo de mis abuelos. Un auténtico personaje, la típica anciana delirante a la que todo el mundo le atribuye "más de noventa años" durante décadas. Sin duda los tenía al final, casi un siglo en el que nunca había salido del valle de Quirós, en la frontera con León. Allí había estado desde niña y se negaba a salir, no había nada fuera que le interesara, y aunque muchas veces intentaban convencerla para hacer algún pequeño viaje sus negativas eran constantes y rotundas. No quería saber nada del mundo exterior. Sin embargo, en una de esas le comieron la bola lo suficiente y se animó a coger el autobús. La llevaron hasta Gijón en una de esas excursiones organizadas, y allí pudo contemplar el mar por primera vez. Al verlo se cayó de culo por la onda expansiva del prodigio, literalmente, y sentada en el suelo empezó a reírse a carcajadas mientras gritaba: "¡Hostia!¡Qué de agua...!". Mi tío me escribió para concluir: "Esa visión también existe, Pablo. Y también es importante...".  


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