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    Nuestros gatos, Poe y Soliña (que es gallega, pontevedresa) están descubriendo todo un mundo. Con la mudanza han pasado de ser gatos urbanos a vivir en la sierra, y aunque al principio estaban un poco apabullados con el entorno ahora ya se pasan horas en el exterior. Incluso han hecho un colega: Cheroqui, el gato de nuestra vecina Monse, que es medio campero y les hace de cicerone. A veces un poco más de la cuenta, eso sí, porque no hace mucho subía al pueblo a hacer la compra y me encontré a Soliña con él como a un metro de la carretera, observando con curiosidad aquella especie de río petrificado con sus gigantescos cetáceos circulando a toda hostia. "A casa, Soliña, que esto es peligroso". "Vaite a merda, parvo... Déixame ver a mariña tranquila...". "Te he dicho mil veces que soy Pablo, no parvo...". "Ya, sí... Pero non me toques, ¿eh?... ¡Non me toques que te rabuño!".     

   Poe tiene un toque de Lou Reed y no resulta tan chocante verlo caminar por el lado salvaje. A veces casi se mueve como si sonara esa canción de fondo, y en realidad es un ejemplar relativamente joven. Claro que Soliña es una señora gatuna madura, y lo suyo ya parece más lo de Thelma y Louise en una versión de la TVG. De una vida de cestita mullida y maullido mimoso, de pienso Whiskas luego existo, ha pasado a esta road movie de abejorros y pájaros y vegetación espontánea y está como en una segunda adolescencia. Ayer, mientras regábamos el huerto - del que supongo que hablaré otro día - andaba por los alrededores con ese ballet sigiloso de los felinos al acecho, persiguiendo a su animal primitivo entre la hierba. Sacando a la astuta cazadora que lleva dentro, que sin duda está ahí, pero acartonada todavía, confusa, igual que si acabara de despertar de un prolongado letargo. "¿Dónde carallo estoy?", pensará a su peculiar manera. "Esto debe ser Portugal por lo menos...". Aunque el instinto es la hostia, y pese a su torpeza de vieja gata doméstica por momentos puede uno ver surgir a la pequeña tigresa: los reflejos ante cualquier sonido, la tensión muscular, la inquietante mirada de carnívora implacable... Es una bestia latente mi Soliña, un bonsái de fiera, y cuidado no te pases de listo que te estrapalla de un zarpazo, que aquí somos todos del Celta. Nos da mucha alegría verla así, la verdad, tumbada a la bartola de las flores o mimetizada en la maleza... Por la sencilla razón de que queremos a Soliña, y no entendemos por qué no íbamos a quererla. 

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