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    Muchos tertulianos dirán que envidio la riqueza de Florentino Pérez, aunque lo que envidio si acaso es su manera de insultar. Es verdad que no puedes competir con los precios del poderoso, pero con los desprecios menos todavía, porque tienen una forma de sentirse superiores, incluso a los deportistas de primera división, que roza lo sobrenatural. 

   Los cagamentos y blasfemias del pobre rezuman impotencia. Son la incontinencia y la frustración violenta del avasallado, la rabia suburbial ante una vida que casi siempre se les muestra desfavorable y dolorosa. Pero el antipático de élite, el faltoso sin motivos para serlo, está hecho de otra pasta, por lo general de mucha, y además de la lógica repulsión también despierta en nosotros a veces fantasías perversas, como la de entrar en un consejo de administración lleno de ejecutivos engreídos  y ponernos farrucos con ellos con sombrero cordobés y todo, sólo porque podemos. "Eres un puto tolili, Sáenz de Formentosa y las Higueruelas Montaraces... Deberías recortarte ese apellido de señorito paleto y de paso el cuello con una navaja de afeitar...". Sería como desvirgarlos en la humillación con toda la erótica del poder, como transformarse de repente en un héroe Marvel que en lugar de rayos por los ojos lanza basura por la boca: Súper Alimaña. Verlos tragar saliva en silencio, frotarse nerviosamente las manos sin atreverse a replicar o revolverse, ya que saben que Súper Alimaña puede despedirlos de un solo golpe hasta la constelación INEM o incluso producir un maremoto en Tarragona si le sale de la chorra. Y es que lo importante aquí no es vivir en La Moraleja, sino ser tú quien la suelte al final para que todos los niños del mundo aprendan la lección y se comporten con menos educación de la que ya tienen. "¡Gracias, Súper Alimaña...!". Y a continuación desaparecer volando, buscar a los chicos de la prensa y decirles que se olviden cuanto antes de tu identidad secreta porque las personas tan especiales y espaciales como tú no hacen lo que hacen por la fama, sino para que sus emisiones planetarias salven a la civilización occidental del caos y la anarquía creando empleo de calidad. Buah...

   El gran maestro de ajedrez holandés Jan Hein Donner (que consiguió el título en 1959, cuando sólo había 57 en todo el mundo) era conocido por su arrogancia. Además de un jugador considerable era comentarista, el más seguido de su país, hasta el punto de que según Antonio Gude uno no era nadie en el ajedrez holandés - y mundial - si Donner no le había insultado. Claro que sus impertinencias eran pertinentes muchas veces, pertenecían a esa modalidad de los malos modales que uno nunca aprobaría formalmente pero comprende hasta cierto punto. Su desdén era aristocrático en apariencia, pero noble en el fondo, porque no se ocultaba y jamás, jamás, le hacía la pelota a nadie, ni al vigente campeón ni a la gente que pagaba por leerlo. Era un excesivo profesional, el clásico carácter que busca las complicaciones, molestar a diestro y siniestro, y que no hay nada que deteste más que "una posición totalmente ganada". "Ganar un torneo por pura suerte reporta mayor satisfacción que ganar merecidamente y con un juego correcto", escribió una vez. La gente terminó adorándole, aunque se pasara cuatro pueblos con ellos. Era uno de esos gruñones elegantes, inclasificables y más o menos queridos, que se sentía afortunado por vivir en Amsterdam y no en Holanda. Políticamente se le atribuyeron todas las etiquetas posibles: "reaccionario", "conservador", "socialista de izquierdas", "anarquista"... Le daba igual, y tan pronto podía afirmar rotundamente que nunca pisaría un país comunista como irse a la zafra cubana a cortar caña, o anunciar públicamente que donaría al Vietcong una góndola de oro y piedras preciosas que le iban a regalar en el torneo internacional de Venecia de 1967, "y no para comprar medicamentos, sino armas". No se la dieron al final por el jaleo diplomático que se lio, pero se ganó otros dos trofeos: el oficial y el del respeto por decir lo que pensaba o al menos lo que le dio la gana sin esconderse. Que bien pensado es quizá lo que más podría envidiar de gente así, oye. Ese valor y esos valores, mucho más que los de la bolsa. Porque si hay algo peor que ser un sobrado es ser un hipócrita. Eso y no las opiniones desfasadas es lo que pervierte y destruye al final cualquier posición, cualquier sistema. Los falsos que toman a todos los que se cruzan por idiotas a los que chulear y no tienen ni el coraje ni el buen gusto de decirlo a la cara, sino a la barata. Y tener tanto dinero para no saber disfrutarlo como es debido más que envidia a mí lo que me produce es lástima.   


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