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    Contaba el otro día que hemos puesto un huerto en el terreno de la casa. Begoña nos indicó el mejor lugar: el mismo en que su padre había tenido el suyo tiempo atrás. Gara y un par de colegas vinieron a asesorarnos al principio; a enseñarnos a cavar los bancales, elegir los cultivos y preparar las semillas correctamente. Ahora están en un pueblo perdido de Guadalajara, el mismo en el que vive ese anciano que protagonizó el famoso anuncio de "¿Y Franco qué opina de todo esto?". Quieren poner en marcha allí un proyecto comunal; ser capaces de salir adelante con lo que les dé la tierra y quizá algo de ganado también. Antes todo el mundo huía de los pueblos, en el imaginario colectivo representaban la miseria y el atraso, aunque empieza a detectarse un movimiento de migración inversa hacia entornos rurales, todavía sin mucha inversión pero con las ideas bastante claras. Al ritmo que estamos devorando el planeta es muy posible que en cuestión de no muchos años tengamos que volver, al menos parcialmente, a aprovechar recursos y formas de sustento que a día de hoy están semi abandonadas, que casi nadie considera como un medio provechoso de ganarse el pan. Claro que a poco que se piense no es que lo sea; es que es el pan por definición, el cereal con el que se amasa y hornea, aparte de las hortalizas y la leche y todo lo demás. Mucha gente todavía toma esto como una excentricidad, cosa de milenials o ecologistas trasnochados, mientras se toman su tableta de proteínas o su pastilla vitaminada, o en el mejor de los casos verduras cultivadas en países donde la gente se muere de hambre luego. En esa África supuestamente pobre a la que dicen algunos que tendríamos que enseñar a pescar en lugar de darle peces, que supongo que es el motivo por el que nuestras flotas van allí a faenar y nuestras multinacionales a darles caña. A obtener buena parte de las materias primas sin las cuales toda esta culta y tecnológica civilización occidental no duraría ni un mes, o quizá ni había existido tal y como comemos. 

   Pero vamos, que para ser nuestro primer huerto no ha salido mal del todo. Mi cuñado Enrique, que tiene uno casi de competición en Valencia, del que prácticamente se alimentan él y su esposa María, nos dio un notable bajo cuando vio las fotos. "¿Y esos tomates...? Son un poco raras las plantas...". "El que nos vendió las semillas dijo que eran tomates rastreros...". "Pues me parece que el rastrero era él, porque eso no existe...". Por lo pronto sólo hemos recogido acelgas, unas acelgas con las que Josep Pla habría hecho uno de esos párrafos golosa y gloriosamente adjetivados en los que describía cada una de sus pitanzas, aparte de una ensalada molt saborosa, nen. No sé cómo habría calificado su verde radiante, su crujir esponjoso, su ternura de conejo vegetal, pero de estupenda para arriba seguro. Además, cantidades industriales de acelgas. No paran de salir y crecer. Le hemos regalado a Begoña, a Claudia y Andrés, y no paramos de regalarnos nosotros, porque con sólo un poco de regado siguen y siguen brotando. Begoña nos dijo una tarde que la tierra es como una madre que amamanta sin cesar, y aunque tampoco es que la imagen fuese muy original lo dijo con una convicción y una sinceridad que de repente se volvió espléndida. A veces el sentimiento auténtico en un verso impacta más que la perfección formal cuando se logra transmitir, cuando se detecta que nace de una verdad profunda. De una madre que lo ha amamantado con amor también. Ahora tenemos ya a la vista los bebés de tomate y judía, que son una ricura y lo serán todavía más cuando maduren. Ana está entusiasmada con ellos; sólo de mirarlos así en miniatura ya se emociona. Espero que no se encariñe demasiado y luego le dé pena zampárselos, aunque ya anteayer me confesó que en cuanto vea un tomate enrojecido piensa arrancarlo de la mata y soltarle un mordisco a pelo y sin apelación, que las contemplaciones ya las estamos teniendo ahora. Al bebé no, pero a don Tomate de la Huerta, que diría el Arcipreste, le vamos a hacer lo que los neoliberales a África, pero habiéndolo trabajado y querido por lo menos. Que esa diferencia es importante. Es la diferencia en realidad para disfrutar los frutos como dios manda, o si acaso como me lo manda a mí, que a otros les hace unas revelaciones muy extrañas. Inescrutables pero que flipas.

  

 




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