101.

    Majaelrayo es un lugar bastante apartado. Norte de Guadalajara, casi en la frontera con Soria. De allí sacaron a aquel simpático abuelete que se hizo famoso en un anuncio de automóviles, ese que decía: "¿Y Franco qué opina de todo esto...?". La típica frase publicitaria que alcanzó un enorme éxito, tanto que los domingueros de turno iban a sacarse fotos con él y ver si podían convencerlo para que se la repitiera en directo. Y el simpático abuelete los mandaba a la mierda a gritos, poniéndolos de cabrones para arriba, a lo mejor porque alguien que vive en un lugar tan remoto lo hace precisamente para que no le den demasiado la turra. Ya lo decía la canción de Eskorbuto: "Las multitudes son un estorbo", y las canciones de Eskorbuto se pueden confundir pero nunca se equivocan. 

   Por supuesto en los contornos hay más atractivos turísticos que ese. Está la ciudad encantada de Guadalajara, una especie de bonsái de la de Cuenca, y también la llamada arquitectura negra, cuya denominación se debe al color de la pizarra con la que todas y cada una de las casas están hechas. En el oriente de Asturias y la provincia de Lugo por ejemplo es también un material de construcción muy frecuente, aunque en esa zona es sencillamente el único. De pronto hay tanta pizarra alrededor que parece la vuelta al cole pero sin niños: la vuelta al culo del mundo o por ahí. Y conste que lo digo sin ningún menosprecio, ya que en estos tiempos que corren los parajes así de silenciosos son un lujo en realidad, y en los de allí por no haber no había ni hispanistas de esos que andan persiguiendo las esencias castellanas, sus anchuras y sanchuras y demás. De hecho, hicimos una ruta hasta el pueblo de al lado, Robleluengo, y en él hallamos la singularidad definitiva: no tenían bar. Por las tierras de España uno se puede encontrar de todo, pero no encontrar un bar ya es como para que te lo pongan en las guías para guiris, una particularidad de las gordas. Y es que arquitecturas sin par las hay a docenas, pero sin bar ya son otra historia... Te quedas impactado de verdad, ya que una cosa es que los pueblos seculares sean sobrios y otra que sean abstemios. "¿A qué se dedicará esta gente?", piensas. "¿Cómo pueden encontrar la libertad sin atascos de los que disfrutar ni terrazas para tomar una caña...?". Concluyes que a lo mejor es que no son españoles auténticos, que según se rumorea los hay, aunque de pronto pasa un señor de unos setenta años montando un quad con una bandera de esas de toro y ya flipas... Más que vaciada parecía la España vacilada el lugar. Al final no entendí absolutamente nada, salvo lo de que se hubiese pirado el hispanista a buscar su Castilla mítica y eterna en otro sitio, claro. Que además con Soria ahí a un paso lo tenía fácil.

    Pese a todo me gustó la visita y sus vistas. Con los entornos sin ruidos ni porquería soy muy bien mandado; todos me parecen hermosos a su manera. Ana se enamora de las montañas, y aunque ahora está encandilada con los Siete Picos durante muchos años el romance lo tuvo con el Ocejón, que no es que tenga un pico de oro precisamente pero sí una manera de no hablar muy especial. Alta más que altiva, como un dedo que señala el cielo para que él lo diga todo. Algo que sí encaja con la Castilla legendaria, austera y majestuosa a la vez. Una mezcla que si te la sirven en un bar luego te cuesta encontrar el equilibrio. Castilla es un licor seco y fuerte, de los que queman o dan escalofríos por dentro, y si quieres te lo tomas como se debe, sin jugos ni sombrillas, o si no vete a que te den caipiriñas en otro lado. Una mierda nos importas, dominguero. Ni lo que quieras tú ni lo que piense Franco siquiera... Eso es sólo publicidad. Pero mi alma es mía, así que arrea con tus bobadas o te doy con el cayado en la boca.


 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

19.

135.

129.