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    Dice Casado en Trece TV que Sánchez "se fundió 20.000 millones de euros en anuncios en campaña electoral". Que a ese precio casi sería más correcto llamarla champaña electoral, porque vamos, yo creo que ni metiendo un logo del PSOE después de cada campanada (¿campañada?) de Nochevieja se llegaría a alcanzar esa cifra. Lo curioso es que el dato lo da para explicar que "el problema es cuando te enfrentas con una oposición que dice mentiras", lo cual por supuesto no lo convierte en cierto, pero quizá sí en pertinente, al ser un ejemplo más estupendo que Pedro Sánchez con las agencias de publicidad del argumento que pretende demostrar. 

   Nada ilustra mejor las mentiras de la oposición que soltar una de las gordas así en directo y sin pestañear siquiera, o impasible el ademán si lo haces en Trece TV. Es un recurso retórico de lo más eficaz, ya que la afirmación no resulta creíble desde ningún punto de vista (el PSOE no tiene un presupuesto de 20.000 millones ni en sueños, y si lo tuviese sus administradores sin duda se lo habrían gastado en cosas más divertidas) y el receptor en seguida comprende que debe de tomarse como algo literario y no literal. Como si dices que la blancura de Santiago Abascal es como la nieve, porque se fundiría y hasta confundiría en Marruecos más rápido que esa hipotética millonada en manos de una gestora socialista. Incluso un espectador medio de la cadena Trece, que según mi primo Elías no es un canal de televisión sino una performance de largo recorrido, puede comprender que eso es así, o que no es así más bien, y que lo que se intenta en realidad es embellecer y enfatizar el mensaje, darle una mayor intensidad lírica - y no digo "delírica" porque no existe la palabra. Que en el fondo todo es una licencia poética de Pablo Casado, un poco como su licenciatura, para un público cómplice y entregado a ese tipo de discursos que se mueven entre lo real y la fantasía.

   A estas alturas yo creo que nadie se sorprendería si de repente descubriésemos que Pablo en realidad no se apellida Casado, igual que Neruda no se apellidaba Neruda, y que utiliza un pseudónimo. Sus obras, incluso las académicas, parece que siempre están envueltas por un halo de misterio, como si quisiese jugar con el lector a un juego de malentendidos y trampas semánticas para llevarlo a otra dimensión expresiva. ¿Por qué 20.000 millones y no, por ejemplo, 30.000...? ¿Tienen algo que ver con esos otros 20.000 millones de deuda pública que decía que "no le pasan factura a Sánchez", o con las "20.000 víctimas" que según él dejó el covid...? ¿Hay en esa cifra algún secreto cabalístico que ignoramos, algún resorte que acciona su creatividad para llevarnos a un mundo de figuraciones esperpénticas y terribles, como en las danzas macabras del medievo...? ¿En qué piensa Pablo Casado cuando utiliza el número 20.000, y por qué...? Si queremos entender plenamente sus declaraciones tendremos que adentrarnos en ese enigmático camino, dejar atrás nuestros prejuicios sobre lo que es o debe ser un discurso político normativo, o por lo menos normal, y trascender a un nuevo espacio lingüístico donde significantes y significados no mantienen necesariamente una relación lógica, sino que surgen del puro inconsciente, de referentes imaginados, de fábulas fabulosas y fuera del alcance de una mente convencional. A veces las críticas son demoledoras, pero yo creo que se debe a que todavía no estamos preparados para una visión como la de Casado, que con todos sus defectos formales y hasta informativos a mí me parece de lo más sugerente. Si Zapatero fue el candidato del talante, Casado es sin duda el del talento, y no me explico por qué sus trabajos siguen sin publicarse todavía. ¿Algún pérfido lobby progresista quizá...?

 

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