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    Me gusta leer biografías, por supuesto si están bien escritas y el personaje me interesa. Estos días, de hecho, había empezado la de Stephen Crane escrita por Paul Auster, que suena como a que te van a dar un crédito universitario o algo así por hacerlo, aunque ayer interrumpí bruscamente la lectura porque me llegó por correo otra todavía mejor: la de mi abuelo. 

   Fue un poco como en ese poema de Batania en el que le preguntan que cuál considera él que es el acontecimiento más importante de la historia, y responde que la muerte de su padre. Un poema breve pero impactante por la enorme verdad que encierra, ya que no hay sucesos más reveladores y emocionantes que los de nuestro propio linaje, nuestra tribu. Esa intrahistoria que por lo común queda arrinconada, condenada al olvido, pero que si la conociésemos con un mínimo de profundidad nos dejaría perplejos. Con el corazón como una orquesta de pueblo, haciéndonos bailar hasta los parapléjicos, como escribió una vez Pepe Ramos aquí en el Facebook, con tanta belleza que todavía lo recuerdo. Y es que la belleza hay que recordarla, que para eso está también, sobre todo en estos tiempos en que tan poco les cotiza y narcotiza a algunos, que cada vez entendemos menos qué sentido o qué rumbo proponen entonces para nuestras vidas.

   El libro se titula "Onde'l caos se texe y se destexe", y acaba de publicarlo mi tío Xulio, que llevaba veintipico años sin hacer literatura. Sólo obras de las que sí te dan créditos universitarios, de lingüística y fonética y por ahí. Pero la muerte de su padre le ha traído de pronto este texto, que a mí me está volando la cabeza de lo bueno que es. Mi abuelo nació en 1922 en el valle de Quirós, un lugar que en aquella época estaba haciendo la transición del neolítico a la revolución industrial. Con señoras que rechazaban calendarios si se los regalaban porque ya tenían uno de hace años sin usar todavía. Los mineros ahorraban de su mísero jornal para comprar un reloj a escote y que no les timasen con las horas de labor, un reloj que luego no entendían y debían aprender a interpretar para entender que en efecto sí les estaban timando. Porque allí las estaciones y mediodías se medían con el sol y las montañas, dependiendo de dónde y cómo se iluminasen. Las horas y pico eran literales, ya que de los picos pendían y dependían, y mi tatarabuela Vicenta "la costurera" manejaba conocimientos anteriores al sistema gregoriano para esos menesteres con una exactitud prodigiosa. Mi tío cuenta en un capítulo cómo se pegó el madrugón un día de invierno, que en alta montaña tienden a ser muy fríos y solitarios, para ir al tejo milenario (unos 1300 años le echan) que hay al lado de la iglesia (o más bien es la iglesia la que se puso al lado del tejo, bueno) para comprobar la precisión de los rayos en el Picu d'Alba, que por supuesto fue impecable y hasta un poco pecadora. Las culturas ancestrales no son gaitas; son cosmogonías complejas y completas, cientos de recursos y detalles que hace tres generaciones eran moneda corriente en la Asturias remota y hoy ni se recuerdan ni se quieren recordar, ya que al parecer ponen en peligro la unidad de España o no sé qué. Pero esa fue la que mamó mi abuelo de los suyos, y entre esa y la de los botes geográficos de Colón me quedo con los grandes acontecimientos de la primera, entre otros motivos porque es la mía. La de mis ancestros directos y directores, de quienes he heredado buena parte de lo que soy y una preciosa pomarada con un manzano que ya sembró Pericu'l canteiru, mi tatarabuelo. Descubrir Américas, que al final ni se descubrieron siquiera, no significa que haya que cubrir estas cosas, y aunque "La roja insignia del valor" de Stephen Crane me parece una novela descomunal, un merecido clásico de la literatura de allí, a mí me conmueve mucho más saber que un hermano de mi bisabuelo publicó un torpe y casi perdido poema en Argentina dedicado a uno de esos montes que no podía apartar de su mente, vaya usted a saber por qué. Pero vaya... No se quede ahí.  

Comentarios

  1. Qué bueno que el abuelo haya permiso quién recoja todo ese saber. Muchas ganas de leer a Xulio.

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