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    Ayer vi la escena de Macarena Olona encarándose con una periodista en los pasillos del congreso, que como siga en esa línea vamos a tener que acabar llamándola Macarrena. Su compañero de formación José María Sánchez García se había negado a salir del hemiciclo tras ser expulsado por llamar "bruja" a una diputada socialista, y cuando la periodista le preguntó si aquello le parecía bien - pregunta que podía haber contestado con un sí o un no razonados, o incluso negarse a responder - Macarrena se puso como una fiera corrupia allí ante las cámaras de televisión y de representación nacional, quejándose de que cuando a ella la habían llamado "fascista" nadie lo había cuestionado. 

   Bueno, para empezar "fascista" es una categoría política, y en cambio "bruja" no. El primer adjetivo, se sienta una identificada con él o no, alude a una ideología y una manera de hacer política concretas, no de preparar pócimas y conjuros diabólicos. Se puede poner en duda su pertinencia al aplicárselo a tal o cual persona, como "bolivariano" o "socialcomunista", pero no su pertenencia a esa clase de debates. Aunque para incluir a las brujas en ellos ya tendríamos que remontarnos al medievo, cuando todavía eran un asunto de estado y se trataba al más lato nivel la conveniencia de quemarlas en una hoguera, si bien semejante apego a la tradición española ya sería exagerado incluso para Vox. 

   O al menos de momento, vamos, porque viendo la evolución de su discurso tampoco resultaría tan sorprendente que cualquier día apareciesen con un proyecto de esas características. Una norma contra brujas y herejes y falsos conversos ("conversos" todo junto; no te inquietes, Marwan). La Ley Garrucha, una especie de continuación de la Mordaza para proteger a las gentes de bien, limpias de sangre, de tener que convivir con marranos. Pero sin fascismo, porque entonces el fascismo no existía aún y hasta faltaban varios siglos para que alguien tuviese la genial ocurrencia. 

   La propia señora Olona podría presentarla ante el hemiciclo con esa expresión iracunda y como a punto de encender un fuego purificador tan suya. Sin periodistas incómodos alrededor, eso sí, y respondiendo sólo ante dios y la historia de sus actos y los de su grupo. "¿Qué tiene de malo la garrucha, Señorías...? ¡Yo nunca he oído a nadie quejarse de ella! ¿Ustedes sí...?". Con esos argumentos de peso, incontestables, que siempre usa, por lo general más sofísticos que sofisticados pero que al menos en principio te desconciertan, y no digamos ya en principios... "¡La garrucha no tiene nada de malo, salvo que seas un pijipogre chiripitifláutico...!¡Un enemigo de España!¡El multiculturalismo, Señorías, amenaza con destruir nuestra noción de nación, y si lo piensan no hay nada más monocultural que la garrucha para oponerlo a toda esta ola de permisividad disolvente y balcanizadora...!". Y después podría incluso colgar alguna tochada contundente en Twitter, como acostumbra a hacer, con el hashtag  #garruchasí y una foto de Santiago cerrando España con un muro infranqueable, que si lo llaman de ese modo ya me dirá usted qué tendrá que ver con Franco. Que por supuesto tampoco era técnicamente fascista, sino astuto y valiente, un señor de Ferrol y hierro que pasaba por allí y simplemente vio la oportunidad de levantar el país y la aprovechó, como habría hecho cualquiera en su lugar y en esa época de corrupción y decadencia extranjerizantes. 

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