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   No soy capaz de cribar lo que escribo. Por las mañanas me levanto y con el primer cigarro y el primer café me siento a teclear lo que salga, y eso es todo. Como el payacho de "La hora chanante" a veces lo traigo gordo y a veces lo traigo fino, pero es que lo que me interesa del acto es precisamente el viaje con las palabras y mi intuición para ver hasta dónde me llevan. Calcularlo me daría tanta pereza que no podría ni hacer un aforismo, y no escribiría una sola línea si supiese con certeza lo que voy a decir. ¿Para qué?

   Hay una literatura de cantar a lo que salga y otra de decantarse por determinados temas y estéticas, y si lo es la mía pertenece sin duda al primer grupo. No es que desprecie la otra; en las manos adecuadas puede llegar a producir obras inmensas, pero tanta seguridad en lo que se hace a mí me abruma. No puedo evitar verle peros y hasta porompomperos a todo, enfocar el mismo asunto desde mil ángulos distintos, y ordenar ese jaleo mental en una visión coherente es algo a lo que he renunciado hace mucho tiempo ya. Más que un pensamiento rotundo tengo un pensamiento rotonda, circular y con diversas salidas en distintas direcciones, y en ocasiones hasta con una dudosa escultura para blanquear presupuestos o una fuente incomprensible ahí plantadas en el centro. 

   Cualquier autor pertenece, le guste o no, a su época, y esta más de que de valores inmóviles es una de burbujas inmobiliarias, mucho más gaseosa que sólida (y de la liquidez mejor ni hablar). Si hubiese nacido en el renacimiento supongo que lo habría hecho dos veces, y en el romanticismo ya me habría suicidado, aunque me ha tocado el último cuarto del siglo XX y lo que me quede del XXI, qué le vamos a hacer, donde hay tanta información que no sabemos bien nada y establecer la diferencia entre el arte moderno y el puro ladrillo es un ejercicio mental tirando a complicado en muchos casos y casas. Construimos como posesos, eso sí, sin parar de recalificar terrenos intelectuales y de planear nuevos proyectos, claro que con tanta obra llevándose a cabo al mismo tiempo llega un momento en que te quedas como saturado ya, pensando que una cosa es el arte urbano y otra pasarse de vueltas y revoluciones. Nos falta tiempo para contemplar y entender con calma, y ese mismo consumismo voraz que nos enseñaron para ser felices parece que ahora se ensaña con nosotros y no nos permite disfrutar sencillamente de la vida. Saborear la creación sin prisa y no como se devora un paquete de pasteles industriales y plasticosos.

   Por paradójico que parezca a veces tengo la impresión de que el único camino que le queda al arte para avanzar es detenerse, y volver a la ingenuidad para ser sabio. Que ese fue siempre el secreto: entrenar la lentitud, como dice mi señora en un poema. Cuando era crío, en la Galicia de mi padre, había un señor que había colgado un cartel en la parte de atrás de su furgoneta, una especie de aviso para navegantes o más bien conductores acelerados: "Vou despacio pero sempre chego". Grande, muy grande el aforismo... Si me pusiese a cribar en lugar de a escribir sin cuento creo que es de los primeros que plagiaría.  

   
      

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