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    Una de las mayores sorpresas que me llevé con la biografía publicada de mi abuelo fue descubrir que hablaba francés. No es que fuese bilingüe, pero se defendía en esa lengua, y de hecho hay una anécdota sobre el particular que me parece muy significativa y hermosa.

   Además de policía municipal era carpintero/ebanista, un auténtico artista de la madera con uniforme o sin él, y en una chapuza que le había salido en casa de un profesor de la Universidad de Oviedo tuvo la oportunidad de poner en práctica ese idioma. Porque el señor, alarmado por la presencia de un obrero manual en su domicilio, empezó a dirigirse en francés a los miembros de su familia para despistar al intruso y que después no anduviese por ahí revelando las conversaciones íntimas del clan. Un temor del todo infundado, ya que las conversaciones de marras eran tan intrascendentes que a nadie le habrían interesado, y en realidad lo único jugoso y divertido de la situación, por lo ridículo, era ese empeño en utilizar un código pretendidamente incomprensible ante alguien que lo estaba entendiendo a la perfección. En el bar de Ventanielles donde mi abuelo solía tomar sus vinos con la cuadrilla el asunto fue motivo de cachondeo durante bastante tiempo, y desde luego tanta tontería no era para menos. Aunque nunca se supo de qué hablaban exactamente en su exquisita lengua de Moliere para demoler la impertinencia y hasta la "impertenencia" de clase al proletario cotilla. Eso se lo calló, igual que se callaba el estirado oui monsieur - si no leen las letras para qué hostias las escriben, se preguntaba el gran Gila - sin venir a cuento, para hablar con los suyos.

   Estos días ando en Oviedo, visitando a mis padres, y la noticia de la semana, aparte de la erupción volcánica de La Palma, ha sido la convención nacional del PP. La presencia allí de Nicolas Sarkozy, que no salió engrilletado de milagro, y en lo que a Asturias se refiere una alusión expresa de Casado a la llingua, que es al parecer el motivo de todos los males y desaguisados de la tierra. Y eso que se trata de una invención que nadie habla, que si la llegamos a hablar menudo caos. Resucitan las brujas de antaño convocadas por la che vaqueira y nos transforman a todos en asnos, como a Apuleyo por querer ser rapaz y pasarse de aguililla. El asturiano va a convertirnos en burros, así de simple, mientras que los refinamientos retóricos del ex presidente galo (o incluso regalo en su caso) van a elevarnos a los cielos para planear por ellos tan etéreamente por lo menos como las canciones de su esposa - aunque no las bailes que igual te caes. Sólo escucha el murmullo ceceante, la sofisticación pepera, la cultura máster que ha venido a redimirnos de las parolaes de nuestros güelos, y por sus huevos además. Como si no entendiésemos perfectamente ese idioma universal: el del clasismo barato que al final nunca es más que una cáscara vacía, un envoltorio de gasa fina que por lo general es poco lo que esconde y mucho lo que debería callar. Y lo que debe a quienes sí lo hicieron por educación quizá mal interpretada, pero inmensa en el fondo. 

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