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Este año no escribí nada sobre el día de la hispanidad, si es que se llama así, supongo que porque lo he hecho tantas veces ya que se me va agotando el repertorio. Hablar de la hispanidad es un poco como contar un chiste de maricas de Arévalo: resulta dudoso la primera vez, aunque a partir de la tercera o la cuarta es como para que te mediquen. Alegrarse por ser español, o al menos no avergonzarse de ello, es algo que hasta puedo entender, claro que en pequeñas dosis. Con contarlo una vez en la vida ya debería ser suficiente, y por lo general es la tozudez lo que cansa, el tipo que no para de soltarlo una y otra vez pensando que la cosa tiene gracia y hasta salero. En el metro, en la cafetería, en la cena de empresa... "Yo soy español", te repiten una y otra vez, como si no lo supieses ya o te importase una mierda en el fondo. Pero no paran; han entrado en un bucle maligno y como no huyas rápido prepárate porque te van a dar una turra de esas que no las aguanta un caballo. A enseñarte la pulsera rojigualda, la bandera de la mascarilla, el pin... Por no mencionar la verdadera versión de nuestra historia que todo el mundo se calla porque nadie la quiere oír, y que de pronto te van a explicar a ti asumiendo no sé por qué motivo que sí quieres. "La seguridad social la inventó Franco, ¿lo sabías...? Pero esto nunca se dice...". En realidad ya te lo han contando como ochenta veces en el último semestre, y hasta sabes que es mentira, aunque no le menciones la constitución de 1931, artículo 46, porque entonces ya no se va a callar hasta las tantas, y puede que hasta suba el tono de voz... "¿Y por qué no te vas a Cuba, entonces?". "Pues porque no tengo dinero, no te jode... Que si no ya estaría allí con mi camisa de palmeras para juerguistas obesos y pasado de mojitos... Emulando a Hemingway pero bien...".
Sobre las esencias y problemáticas de ser español se han dicho muchas cosas, aunque no que puede ser adictivo. Hay personas que se enganchan a ser español, que empiezan a tomarse la hispanidad a tope ya desde por la mañana y luego no paran hasta que se quedan dormidos, una jornada tras otra. Más que de españoles ilustres tendríamos que comenzar a hablar de Españoles Anónimos, de grupos de terapia para esa gente que no puede dejar de ser española ni un minuto y al final acaban sufriendo horriblemente a causa de esa obsesión, con cambios de humor súbitos o depresiones del noventa y ocho, o incluso visiones delirantes en los casos más extremos. Porque una cosa es salir de celebración, que todo el mundo lo hace de vez en cuando, y otra estar dándole a la manivela patriótica de lunes a lunes como si nada. No digo que no se pueda ser español socialmente, o incluso por diversión, claro que cuando un día vas por la calle y de repente te paras ante un escaparate y te ves allí reflejado con la cara pintada de rojo y amarillo, una montera de torero y la bandera nacional a modo de capa quizá has llegado a ese punto en que debes plantearte si tu consumo de españolidad ha cruzado ya los límites de lo racional y estás atrapado en algún tipo de espiral degenerativa, de compulsión patológica. "Dígame usted lo que ve en esta mancha que le muestro...". "La heroica defensa de Cartagena de Indias de don Blas de Lezo...". "Vale, perfecto... ¿Y en esta otra?". "La catedral bizantina de Córdoba...". "Muy bien... ¿Y aquí?". "¡Hombreeee...! Eso es el España-Malta de 1983... ¡12 a 1!... ¡Oé-oé-oé-oéeeee...!". A mí me parte el corazón ver a todos esos chavales que empiezan a sentirse muy españoles sólo por probar, para integrarse o pensando que así son más libres, y al cabo de pocos años te los encuentras como confusos, alterados, soltando incongruencias como que los venezolanos planean invadirnos o que el carril bici es comunista. Algunos incluso terminan desarrollando inclinaciones violentas, y todos sus ídolos son delincuentes de esos que montan talleres de costura para niños en el tercer mundo o abren cuentas opacas al fisco en presuntos paraísos. Y es que ser español parece muy agradable cuando te lo pintan así de colorines, como algo chachipiruli con jamones y sangría y mucha risa, aunque cuando se hace de manera irresponsable puede acarrear consecuencias nefastas y convertir a personas adultas en auténticos pingajos sin voluntad, en seres completamente inútiles para otra cosa que no sea alardear de su nacionalidad mientras desprecian el nacionalismo y se preguntan qué pueden hacer para combatirlo. Pues empieza por ti, muchacho. Di que no a la hispanidad si te la ofrece algún desconocido, y recuerda que en la vida hay muchas otras cosas.
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