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    Leo que Sergio López gana el 70º premio Planeta (¡¡un millón de euros!!) con su novela "Ciudad de fuego". Aunque en realidad la novela se titula "La bestia" y ha sido escrita por Carmen Mola, que en realidad son otros tres autores a su vez: Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero. Joder, así se tarda más en escribir la portada que el libro casi. Como cada uno de ellos añada dedicatoria y agradecimientos menudo mamotreto. Por lo visto Carmen Mola era "uno de los grandes misterios de la literatura reciente", pero ahora es más grande todavía y como se siga multiplicando va a ser ya como una de esas muñecas rusas, las matrioskas, que son como el kinder sopresa pero sin sorpresa al final, porque lo que te sale es la misma muñeca más pequeña cada vez. Claro que con Carmen Mola sí la hubo al final, ya que lo que salió a recoger el cheque el día de la entrega en lugar de varias Cármenes Molitas de diferente tamaño fueron, "cual Blancanieves sin zapatos", tres tíos. La obra por lo visto es "una atractiva mezcla de thriller y novela histórica, ambientada en la epidemia de cólera que asoló Madrid en 1834", y va de una serie de asesinatos de niñas que aparecen descuartizadas. Las matrioskas, fijo. 

   No es la primera vez que se da una sorpresa de este tipo en los grandes misterios de la literatura reciente. En una antología de poesía erótica de los años 70 una de las revelaciones de la plantilla (o florilegio, bueno, que era poesía) fue la ecuatoriana Márgara Sáenz, que causo tal impacto con su poema "Otra vez Amarilis" que hasta hubo una manifestación que consiguió que se incluyese, por ley, en los libros escolares (Gabriela Falconi: "El extraño caso de la poeta guayaquileña Márgara Sáenz [1937-1964]). Le pusieron su nombre a una plaza y todo, con monumento de mármol y acero incluido, una matrioska pero de las tochas, comunal y descomunal al mismo tiempo. Hasta que se empezó a indagar aquel gran misterio y se acabó descubriendo que Márgara Sáenz en realidad también eran tres tíos: Abelardo Oquendo, Antonio Cisneros y Mirko Lauer, que con ese nombre debió de ser el ruso que tenía la muñeca en la que se inspiraron. Aunque en este caso no les dieron un millón de euros por la suplantación en el florilegio, y de hecho no los escorrieron a gorrazos de milagro. En una antología "de la lírica amorosa" (ed. Vicens Vives, 1990) que a mí me obligaron a leer en el instituto, no por ley pero casi, aparecía el poema, y todavía entonces la autora se consideraba auténtica, o al menos no había nota alguna que explicase que escondía en sus líricas y amoroso-eróticas entrañas a tres señores descomunales, y uno por lo menos comunista.  

    No sé qué habría pensado Elena Blanco, la inspectora protagonista de las novelas de Carmen Mola (lleva ya cuatro) de todas estas misteriosas coincidencias. Porque nadie se ha muerto por ellas que yo sepa, aquí no hay asesino en serie, pero autores en serie ya he perdido la pista y además todos se hacen pasar por señoras para ejecutar sus obras. Un sabueso con buen olfato ya estaría escamado con todos estos misterios de la literatura reciente y quizá se olería algún tipo de trama inquietante, aparte de por las niñas descuartizadas, quiero decir. Claro que todavía no hay pruebas, ni las de imprenta siquiera, y tendremos que esperar para ver si encima de los copyrights no empiezan a salirnos copycats de esos en los premios gordos, o si al final descubrimos que en realidad Vargas Llosa son tres mujeres panameñas que empezaron creando inofensivas cuentas de ficción y luego se engolosinaron con la broma y menuda movida. "La hemos liado parda", declararon las Nobel, que ya antes de revelarnos el chorprechón de su identidad múltiple, cual Blancanieves con treinta y pico enanitos o matriuskos sucesivos, nos habían adelantado que de una de esas sospechosas empresas se habían hecho cargo "dos rusos" además de él... Supongo que neoliberales en este argumento, o yo qué sé ya. 

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