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    Una juez del juzgado nº7 de Marbella entrega la custodia de un menor a su padre argumentando que allí, en Marbella, estará mejor que en una "pequeñísima población" de la "Galicia profunda", que es donde vive su madre. Según la sentencia la Galicia profunda está "lejos de todo" y no ofrece "múltiples posibilidades para el adecuado desarrollo del niño y para que crezca en un ambiente feliz". Y eso por no hablar de las meigas, que no existen pero haberlas haylas y podrían acabar convirtiéndolo en alimaña en vez de en un próspero economista neoliberal - si bien Su Señoría no especifica cuál es exactamente la diferencia entre ambas especies en lo que a educación formal se refiere. O quizá terminar en la santa compaña en lugar de en otra compañía más prestigiosa, de las que cotizan en el Ibex35, porque eso de santa suena muy bien aunque luego casi nunca es cierto. En la primera entrevista te dicen que la dirigirás con un contrato indefinido y piensas que vas a ser un CEO de la muerte o algo parecido, hasta que acabas ahí cargando un crucifijo y un caldeiro de agua bendita y dedicándote sólo a vagar por los contornos, que se parece mucho a vaguear pero no es lo mismo, y encima en un turno de noche eterno y con un montón de cirios que nunca se apagan y de horas extra que nadie te va a pagar tampoco. Visto así desde luego en la Marbella superficial se vive mejor. Allí lo más esotérico que vas a encontrarte es a Rappel, que igual te aparece en tanga en la sesión de ouija o te tanga doscientos euros después, claro que la cosa no suele ir a más. Es mitad mago y mitad majo el tío, no una de esas criaturas que andan de perpetua marcha nocturna... O en fin, yo qué sé, igual sí... Lo que resulta innegable es que en Marbella vas a tener que aguantar sobre todo a ingleses y pijos borrachos, y no las penas de los difuntos en procesión, que de entrada tú no sabes qué elegirías, también es cierto, aunque tratándose de un niño supongo que los pesadillos son preferibles a las pesadillas en términos de felicidad. O al menos eso ha decidido la juez, vamos, que es la que ha estudiado el caso y la oposición.

   Supongo que habrá otros argumentos, y que este es de los secundarios, como un contrafuerte - o contradébil, bueno - para sustentar mejor la fachada jurídica, que digo yo que tendrá cimientos más sólidos que estos de que la madre reside en la Galicia mitológica en vez de en la Costa del Sol para quitarle la custodia. Porque ese parece más un razonamiento para hacer promociones inmobiliarias que justicia, una bobada más que una espléndida bóveda para nuestra hipotética arquitectura legal. Te lo encuentras en el folleto de una agencia de viajes y a lo mejor te cuadra, a pesar de que la Galicia profunda, de donde son la mitad de mis parientes, por cierto, es bellísima, pero en una sentencia más bien te quedas a cuadros y sobre todo si el viaje te lo han metido a ti. Que no digo que haya que convertir esta afirmación en ley, pero al menos yo tengo por norma desconfiar de cualquier conclusión a la que podría haber llegado perfectamente Jesús Gil, y en esta en particular casi tenía la impresión de estar escuchándolo decir lo bonita que es Marbella mientras le atizaba un sopapo en toda la jeta al gerente del Compostela. Yo que muchas veces me paso de la raya en lo que escribo - o de la línea, que es más fisno - intento ponerme en la piel de la juez mientras redactaba la orden en su ordenador y me resulta difícil creer que no se le encendiese una lucecita roja en la mente después de teclear algo semejante. Y es que el territorio al que se refiere ya es bastante impreciso de por sí, pero decir que está "lejos de todo" no sólo es impreciso sino falso, ya que cualquier punto geográfico está cerca de algo por definición, incluso si eres terraplanista. No es que sea una incorrección política, es que es una incorrección filosófica, y no digamos ya si empezamos a divagar sobre los lugares en los que un niño puede alcanzar un mayor grado de felicidad así sin definir ni una cosa ni la otra. Los recuerdos infantiles que yo tengo de la Galicia profunda son absolutamente hermosos, así de sencillo. Desde los baños casi diarios en el Miño, bajo un alucinante puente romano, a toda la galería - que al final es lo que mejor adorna una edificación - de personajes locales o medio locos, según, que me encontraba por el camino, llamándome Pabliño o incluso invitándome a refrescos y aceitunas. No sé si en Marbella habría estado mejor, ni creo que pueda saberse, y aferrarse a la presunción de que sí se puede me parece casi tan resbaladizo como vulnerar la de inocencia. 

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