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   Leo que una jueza "ordena retirar los libros de temática lgtbi donados a institutos por el Ayuntamiento de Castellón". Un poco como en el célebre donoso escrutinio del Quijote, aunque anti donoso en este caso, y en lugar de con libros de caballería con libros de elegetebería, que por lo visto también trastornan a quienes los leen y podrían hacer que les sorbiesen el seso y hasta el sexo después a los jóvenes. De hecho, la medida no ha sido cautelar, sino "cautelarísima", debido a la probada peligrosidad de semejantes obras. A la muchachada no sólo podría picarle la curiosidad con ellas, sino también la cobra gay, y entonces imagínese qué lío. Porque una cosa es que el nene pase de hidalgo a caballero andante, que bueno, no es exactamente lo que tenías pensado para él pero se puede disimular más o menos con las visitas, contarles que se ha aficionado a la esgrima o por ahí, y otra que la niña suelte de repente que en vez de Dulcinea quiere ser bollera, ya que a ver qué argumento esgrimes entonces. No se puede correr ese riesgo, así de sencillo. Ni nadie tampoco hasta que la jueza no lo autorice, que ya está bien de tanta perversión.

   He estado echándole un vistazo a la lista de obras censuradas y la verdad es que no conozco ningún título ni a las personas que las han escrito. Sólo a Gata Cattana, la rapera cordobesa fallecida en 2017 y de la que recuerdo haber comprado un poemario ("La escala de Mohs") para regalárselo a Gara, que es muy fan, por su cumpleaños. Cuando llegó el ejemplar lo estuve leyendo un poco por encima, poemas y fragmentos sueltos, y me pareció una escritura de calidad. No era Szymborska, pero eso sólo Szymborska lo era, así que partiendo de esa base consideré que se trataba de una obra digna de ser publicada y atendida. Más que apta para enrolar a las decenas de miles de chicas que escuchan su música en la lectura, si es que no lo están ya, y en la lectura además de uno de los géneros que menos se leen, que no es el llamado femenino sino el de la poesía. Y es que no siempre es fácil convencer a la muchachada para que use su tiempo descifrando versos de cierta complejidad. Para que lean, y poemas encima. Este es uno de los grandes retos educativos, nos lo repiten una y otra vez y con razón, y cuando aparece alguien capaz de conseguirlo sin la cursilería para adolescentes habitual, con un grado de destilación intelectual y de estilo considerables, pues se llevan sus libros de los institutos cautelarísimamente, es decir, a toda hostia y sin escuchar los argumentos de las partes, para evitar "perjuicios irreparables" y sustituirlos por prejuicios de terapia de reparación, que por lo visto son más legales. Porque la lista es larga, cuidado, más de treinta títulos, y en los artículos que dan cuenta del suceso no aparece ni una sola frase entrecomillada que nos muestre y demuestre esa peligrosidad de su contenido. Únicamente se mencionan una serie de derechos fundamentales que se suponen amenazados, aunque sin que se concrete cómo ni por qué, asumiendo sin más esos potenciales "perjuicios" en caso de que los lean, que por supuesto tampoco se definen con claridad. ¿Debemos temer que el alumnado de esos centros se pire por las tierras de La Mancha a espantar el ganado y enfrentarse con molinos transmutados en gigantes? ¿O son otras las transmutaciones que les preocupan, aparte de la del agua en vino? Que a lo mejor tienen sus motivos, no digo que no, aunque normalmente cuando se tienen se explican sin problemas, y son quienes carecen de ellos quienes suelen recurrir a ese tipo de cautelas espontáneas y feroces. Todo un clásico en la historia de nuestra literatura.   

   






   

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