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    Ya empieza a sentirse el frío, que aquí no es ninguna broma. En alguna entrada antigua ya mencionaba el "descuernacabras", el viento gélido de la sierra, que si te llaman así en un mundo de alisios y céfiros y mistrales es que tienes que ser de cuidado, el típico chaval que crea una mala atmósfera en clase pero que a ver quién lo expulsa. 

   Hace poco encargamos con nuestros vecinos un palé de pellets para la estufa, veintipico sacos por cabeza. Comprándolos así en grupo salen más baratos, aunque alguien, sospechamos que Begoña, no se aclaró con la orden telefónica y los trajeron de pino. Un par de personas los querían de castaño, y al verlos dijeron que en esas condiciones no iban a pagarlos. Que son muy libres, no faltaba más, claro que como los únicos que estábamos en casa cuando llegó el camión éramos Ana y yo tuvimos que hacernos cargo de la factura, adelantar el dinero, y quedarnos luego con los casi ochenta sacos de pellets de pino tampoco es que fuese nuestro plan, entre otras cosas porque no tenemos dónde almacenarlos. Después de varias suplicantes llamadas parece que los de la empresa nos los van a cambiar, lo cual supone un trajín considerable de camiones y grúas, aunque de no haber aceptado nos los tendríamos que haber comido con patatas Ana y yo - no incluyo a Bruma porque ella sí que se los come encantada si nos despistamos, pensando que son pienso. Y para colmo el vecino de Vox, que siempre hay uno, todavía andaba por ahí quejándose a voces de que habíamos traído muy pocos, que a él esa cantidad no le bastaba... No intentes nunca organizar nada con tus vecinos, pequeño saltamontes. Grábate símbolos raros a fuego, ponte a hacer el pijo con cuchillos y espadas, intenta realizar piruetas con las que te podrías desnucar, pero eso ni se te ocurra... Es lo peor para el zen: los zenutrios. ¿Por qué crees que todos vamos de naranja chillón aquí en el monasterio shaolin? Pregúntale al maestro Xhiu-dadanos, que fue el que se kungfundió. Como de costumbre.

   La gente monta unos pollos tremendos por tonterías, y si son bipollares incluso dos distintos a la vez, pero luego con los asuntos graves de verdad tragan carros y carretas sin rechistar. Recuerdo que hace años, haciendo cola en un supermercado, vi a una señora con una pinta de pepera que tiraba para atrás echándole una bronca de las de competición a la cajera porque se había equivocado en diez céntimos al darle la vuelta, y que entonces me puse a pensar si esa misma señora se habría puesto igual de furiosa al descubrir que el partido al que muy probablemente votaba tenía tramas corruptas que se podían clasificar por orden alfabético. Quizá esto se podría hacer extensivo a otras formaciones, no digo que no, aunque la cuestión que trato es otra: ¿por qué hay tanta gente tan tajante en cuestiones menores y sin apenas importancia que después es tan conformista y hasta sumisa con las grandes estafas? Porque no es que no estén al corriente de que suceden; en todas las ciudades, villas y villorrios de este país, en todas las empresas y actividades y garitos económicos, hay chanchullos, a veces multimillonarios, y nadie con dos dedos de frente lo ignora. En el más que hipotético caso de que se devolviera todo lo que se ha robado pongamos en los últimos treinta años nosotros le daríamos relojes de oro de propina al jeque de Arabia, y hasta podríamos insultar al sultán de Borneo con toda confianza, pero los acaloramientos y los gritos y el esto no va a quedar así sólo se escuchan por auténticas chorradas, que además suelen ser errores de verdad y no actos de mala fe, deliberados o de neoliberales. Que es más fácil ensañarse con el débil podría explicar la ecuación hasta cierto punto, pero ni siquiera eso me ayuda a comprenderla, porque no hablamos de calderilla sino de cantidades tan enormes de pasta y de una pérdida tan sustancial de calidad de vida que te quedas perplejo cuando ves que dos tercios o por ahí de la población sigue votando tan contenta a sujetos y sus jetas que sin ninguna duda les mangan y les tratan un día tras otro como a niños de nueve años. Y eso no les cabrea, no les hace ponerse todos solemnes y estirados y exigir a voces que venga el responsable de inmediato para ponerle pingando por semejante atropello... Para mí este es tal vez el mayor misterio político de la historia, superando por goleada a todas las complejas teorías organizativas que se estudian en las facultades: ¿por qué...? Creo que me moriré sin saberlo, ya que además estoy bastante convencido de que es algo que nunca va a cambiar. O al menos no pidiéndolo por favor y suplicando, como se cambia un palé de pellets. 

 

 


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