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    Es una controversia habitual la del artista que tiene una vida privada reprobable, si eso debería afectar al juicio o al consumo que hacemos de sus obras. Pero raras veces se habla del caso contrario: del artista que te cae bien pero no te convence como creador. Porque a mí eso me influye, y yo diría que mucho más que en el caso anterior. La indulgencia con el simpático sin talento me resulta mucho más sencilla que el rechazo al sinvergüenza capaz. Aunque ya si eres un montón perverso de basura y encima escribes como el culo de Donald Trump ni me mandes tu poemario, haz el favor. Ana recibió hace tiempo uno así y fue una experiencia de lo más incómoda. No le gusta mentir, y mucho menos con la poesía, y tuvo que leerse aquel engendro tres veces para encontrar algo bueno que decir de él. "No hay muchas faltas de ortografía, y el tipo de letra de ordenador que has elegido no está mal", en ese plan. Aunque fue inútil, y al final por mucho tacto y gusto y olfato tapado con una pinza que le quiso poner a la valoración el tipo se agarró uno de esos berrinches de poeta malcreado y empezó a desplegar todo su repertorio de insultos y acritudes, nada originales ni destacables tampoco. A punto estuvimos de llamar a la Bruja Lola para que le pusiese dos velas negras, que a mí por lo menos me cae bien y no se puede negar que tiene genio. Y es que si eres más que mediocre y te lo tomas con humor puede que ya no lo seas tanto; tira de ese hilo como hago yo y quizá puedas sacar algo de ahí. La autoparodia es una fuente inagotable de inspiración en casos como el nuestro. Claro que te tienes que dar cuenta de que no eres Rimbaud, es importante, y además poder calibrar más o menos por qué, que te chirríen tus líneas al teclear como neumáticos que derrapan al borde de algo muy profundo. O por lo menos trata de no ser ese borde, tío, ni mucho menos lo profundo, que te sale todavía peor. Quédate sólo con el auto para empezar.

   Esto en lo que se refiere a la literatura, aunque ya si lo que estás escribiendo es un currículum hay que andar con mucha más precaución. Vale que a estas alturas ya es prácticamente un género de ficción, y no te voy a pedir que no mientas en él, si bien es conveniente que recuerdes ese principio de verosimilitud en el que tanto insisten los expertos. Estos días se comenta el caso de "Arnaldo", ese candidato popular al Tribunal Constitucional que ya no lo es tanto, y todo por faltar a ese principio entre otros. Que a ver, si tomas algún tipo de sustancia psicotrópica y no te sientes con fuerzas para dejarla no tienes por qué contarlo. Con que no vayas demasiado puesto a por el puesto es bastante. Pero si lo que no quieres dejar es tu condición de socio de un despacho pues sí tienes que decirlo, porque como eso caiga en manos de algún crítico de la Cadena Ser te puedo garantizar que la reseña va a ser de todo menos risueña, que esa gente es profesional y no son tan indulgentes como yo con los simpáticos. En cuanto lo lean te van a calar. Tienen la formación y la información suficientes, y lo que llevan no es una revistilla de colegas sino una emisora de radio de las tochas, un negocio. Van a analizar lo que hayas escrito con lupa, ferozmente, y como te pillen un gazapo de esas dimensiones ya no es que nadie vaya a querer publicar tus sentencias, es que no te van a dejar ni hacerlas públicas siquiera. Con las faltas de ortografía igual se echan unas risas nada más, como con las de ese otro magistrado que iba pedo en motocicleta, derrapando al borde de la policía y de todo, pero faltar al principio de verosimilitud en un currículum ya es más serio y con eso son implacables. Se puede aceptar al miembro del Constitucional maldito, que bebe y redacta a su bola y es un enfant terrible todoterreno o mobilete incluso, y también al bendito en exceso, de esos que están en asociaciones con un pedazo de solar reservado en el cielo. Sin embargo, a los que no cumplen el principio de verosimilitud pues no, porque no es que pretendamos que nos cuenten la verdad en un currículum cuando ni nosotros mismos lo hacemos del todo, aunque sí que nos transmitan por lo menos una sensación de oficio, de picardía elegante, de que hay algo digno que pueden aportar a su arte. La falsedad forma parte del juego a veces, y del impostor refinado hasta puedo ser fan, claro que el que no sabe controlar las trolas y se le ven a kilómetros es que sencillamente no vale... Los autos que los escriba otro mejor.     

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