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    Si los cuerpos armados deben tener derecho a manifestarse no es una polémica nueva. Y no por cuerpos, sino por armados, que es para mí la palabra clave aquí. Si a un agente le quitas la pistola y la preparación que ha recibido a costa del contribuyente para saber usarla con cierta habilidad por supuesto es una persona como las demás. Pero con ella pues ya no, porque el simple hecho de tenerla, aunque sea en casa, le otorga una capacidad de la que cualquier otro ciudadano carece para, al menos potencialmente, lograr coaccionar con más eficacia a sus semejantes, y no digamos ya si se organizan y hacen un frente común. El resto, desarmados y sin entrenamiento táctico, sin todos los recursos que las fuerzas de seguridad poseen para usar con eficacia la violencia llegado el caso, estaríamos totalmente desprotegidos, y de ahí que cuando salen a la calle a reivindicar lo que sea su actitud deba ser exquisita, no amenazante para con un alto, o incluso mayoritario, porcentaje de la población. La línea, por muy imprecisa que pueda parecer en ocasiones, es precisa también para que nadie se sienta intimidado si defiende posiciones contrarias, presionado de ese modo por quienes se supone que deben proteger su derecho a tenerlas. 

    Por lo general intento interactuar lo menos posible con los agentes de servicio, ya que así a ojo nunca sé si el que está de turno es el poli bueno o el malo. Aunque es justo que reconozca que algunas veces me tocó el primero cuando tuve que hacerlo, en un par de ocasiones tipos tan amables y sonrientes que hasta me dejaron descolocado - lo cual no significa que estuviese colocado, Señoría, que conste en acta. Y lo digo porque recuerdo que fue una sensación muy reconfortante y tranquilizadora. Toparte con un policía educado, de buen humor, te relaja, y de hecho esa era la estrategia que yo utilizaba cuando trabajé como segureta en un juzgado de vigilancia penitenciaria, con resultados yo diría que muy buenos. De hecho, un recluso en libertad condicional que ya había hecho sus gestiones y abandonado el recinto dio la vuelta y volvió a entrar para decirme que no quería irse sin antes darme "las gracias", ya que según él nadie con uniforme y porra le había tratado nunca tan bien. Al llegar estaba alterado, mirándome con suspicacia y como si me fuese a fulminar al menor vacile. Pero, sin bajar la guardia por si las moscas, o los mosqueos repentinos más bien, le di los buenos días como si fuese un distinguido cliente de mi restaurante y en seguida noté cómo la tensión de sus hombros se empezaba a aliviar y la agresividad latente desaparecía por completo. Al final pasó por el detector de metales encantado, y mientras le escoltaba hasta el despacho de la juez hasta se puso a charlar conmigo como si estuviésemos en un club británico de esos haciendo el gentleman con monóculo los dos. Porque una cosa es estar atento y otra serlo; ambas actitudes no son incompatibles y hasta tengo para mí que se complementan mejor. Nadie que de verdad sea peligroso va a dejar de serlo porque le trates con prepotencia o desprecio, pero en algunos casos - no en todos, claro - puede que esa inclinación se atenúe si no percibe amenazas concretas, si un cierto grado de amabilidad le bloquea temporalmente su ira. Y no digamos ya si el individuo no es un preso rebotado y lleno de tatuajes, sino alguien que sencillamente cree que la Ley de Seguridad Ciudadana, o "Mordaza" para los enemigos, es excesiva o como mínimo cuestionable en lo que se refiere al amparo de numerosos derechos. Ponerse en plan poli malo con ellos no creo que sea efectivo, y en realidad no hace más que aumentar sus recelos con respecto a la neutralidad y transparencia con las que se aplica. Y es que conviene no olvidar que en muchos casos estas dependen de lo que diga el agente implicado, de lo que manifieste que sucedió sin que se requieran más pruebas o filtros que su testimonio. Y si sus manifestaciones no son de fiar y hasta las encabeza la ultraderecha más cutre pues ya me dirá usted en qué punto estamos: más se confirma que esa ley debe reformarse de inmediato para que existan mayores garantías de que no será arbitraria según el color político del denunciado. Es elemental, querido Jusapol. 

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