120.

    Dice Ida Vitale que "el futuro de la poesía es que la gente no se aburra". Y que no se aburre, añadiría, porque divertirse es también el objetivo de la droga caníbal y menudo miedo. No estoy del todo en desacuerdo, que conste, y que la gente no se aburra me parece un propósito estupendo. El aburrimiento es uno de los grandes males del siglo XXI, y sacar al personal de ese sopor insoportable, de su muermo existencial, supongo que sería algo muy de agradecer. Aunque por otro lado a veces tengo la impresión de que nos aburrimos más por exceso que por defecto, un poco como ese niño que tiene tantos juguetes y estímulos a su alrededor que es incapaz de decidirse y disfrutarlos. Todo el mercado de la comunicación lleva tiempo empeñado en saturarnos de soluciones a nuestro aburrimiento, y hasta los telediarios se diseñan para buscar la amenidad hoy, sorprendiéndonos con un comentario cómplice entre locutores después de hablar de la última catástrofe o con la sabrosa noticia de un spa en el que te untan de chocolate para aliviarte el estrés con la edulcoranterapia o lo que sea. Con tanta y tan diversa diversión como hay a todas horas y en todos los formatos no me explico por qué seguimos abrumados por la desidia. Deberíamos ir por la calle como zombis con sobredosis de entretenimiento, soltando carcajadas y dando brincos de entusiasmo con nuestro cerebro devorado por la amenidad. Pero cuantas más ideas nos dan para acabar con el tedio más espeso y pesado se vuelve, y como se empiece a sumar la poesía a toda esta avalancha lúdica no sé si vamos a poder soportarlo ya. 

   Así que tal vez habría que replanteárselo y sopesar si la poesía no debería seguir siendo un coñazo en el futuro, ese oasis en el que no sabes ni de qué leches te están hablando o para qué, pero que milagrosamente ha sobrevivido desde Homero y mucho antes y ahí sigue publicando más libros de los que la gente compra o lee siquiera. Decenas y decenas cada semana, y la mitad como para arrojarlos a la pila de papel de reciclar de una patada, infumables, aunque con ese misterioso encanto. "¿Pero por qué escribe estas chorradas la gente?", piensas, y luego en las que escribes tú, que son finas también, y así pueden pasar siglos de odiseas y odas, de sonetos y sonados de todo pelaje sin que te des ni cuenta. Superando generaciones y estéticas, desafiando las leyes del mercado y hasta de la lógica, aburrida y ampulosa y retorcida y pedante, pero viva la cabrona, porque es agotadora pero inagotable también. Levantas una piedra y salen cien poetas de debajo, la arrojas a un río y salen otros mil para ver cómo desciende lentamente por sus aguas nunca iguales y levanta al impactar contra el suelo arcilloso esa arenilla suelta y semejante a un pequeño rebaño de ovejas recién espantadas que rebañan la luz del fondo. Así te lo cuentan, no se cortan, y no sabes si reírte o qué con toda esa tropa que prefiere sus pastoreos imaginarios a la pasta encima de la mesa y que a lo mejor hasta van un poco bolingas ya y de pronto arman una que flipas en El Corte Inglés. "¡Soy un poeta!". "Que sí, tío, pero baja la voz que nos está mirando el de seguridad de muy mala manera...". "¡¡Me la suda!! ¡¡No son más que marionetas del sistema!!". Muchos son peligrosos en ese aspecto, y en realidad no tienen ningún futuro en la profesión, cosa que además saben de sobra o al menos intuyen... Pero les importa una mierda, y siguen y seguirán buscando sus versos inútiles y cansinos, perdidos en el juego único de la palabra y la emoción, y si el público se quiere divertir pues que se unan a la fiesta de la creatividad y se construyan poemas a su medida o que se compren un pompero de la patrulla canina si no... Que ya son mayorcitos para que tengamos que entretenerlos los demás con tonterías. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

19.

135.

134.