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   Contaba Eduardo Galeano en una entrevista que en una ocasión, conversando con el poeta nicaragüense José Coronel Urtecho, le confesó su preocupación por no poder lograr ser objetivo en un libro que estaba escribiendo.  Entonces Urtecho le dijo: "No te preocupés... Olvidate de eso... Todos estos que hablan de la objetividad, que joden con esto de la religión de la objetividad, no quieren ser objetivos; quieren ser objetos, para salvarse del dolor humano". Escuché la entrevista hará unos doce años, y la frase se me quedó en el cerebro como una lapa de palabras. Supongo que es bastante matizable, y que la subjetividad deliberada, o lo que es peor, sin deliberar, puede ser un error muy grave al interpretar la historia. Pero no es menos cierto que uno de sus materiales de construcción más frecuentes, por desgracia casi el único, es el dolor humano, y que ante este pretender ser neutrales, o ecuánimes como se dice ahora, no suele implicar más que un mecanismo mejor o peor elaborado para esconderlo o incluso justificarlo de algún modo. Ha habido tanto en todas las épocas, incluida la actual, que ya se da por sabido, que se considera como un apéndice natural o "colateral" de todo lo que nos sucede colectivamente, y enfocarlo tantas veces como sea necesario para darle el protagonismo que merece un acto de subjetividad, de demagogia, de buenismo, de ingenuidad, de falsa superioridad moral... De todos esos calificativos tan blogueables y cultos cuyo significado preciso parece que siempre está como un poco oculto también; que es algo que simplemente se da por sobreentendido entre quienes manejan en sus análisis todo ese caudal de conocimientos tan objetivos pero sin ninguna utilidad salvo la de salvar la beca, el prestigio, la colaboración remunerada en el medio de turno.
 
   Aunque mis favoritos son los que dicen que a los pobres hay que enseñarles a pescar en lugar de regalarles los peces. Que después ni una cosa ni la otra, sólo les dan caña, pero bueno, me encanta cuando sale ese señor - suele ser un señor - con los pantalones a la altura del ombligo y papada generosa, o incluso un joven brillante y engominado por ese orden, a soltar la movida como si acabara de descubrir el Mediterráneo y quisiera además proteger sus bancos a toda costa de las hordas desnutridas - que por eso no se llaman gordas. ¿Se puede ser más objetivo en la vida? Si tienen hambre pues que coman más, hostia, se les da un sedal y un manual bien ilustrado para pillar lubinas y que se las apañen. Las plantaciones, el oro, el coltán, el uranio, el petróleo y demás recursos, incluidos los caladeros, nos los quedamos nosotros, que para eso los ganamos en la guerra que hubo y en la que podría haber si te pasas con tus demandas, pero si quieres te puedes sentar aquí en la orilla del regato aceitoso que siempre pasa por el barrio de chabolas y a ver si pican... Sólo es cuestión de tiempo y esfuerzo, de la rigurosa sabiduría que yo tengo y tú no, porque me he tomado la molestia de ir a la universidad y tal mientras tú andabas por ahí sin cepillar y haciendo unga-unga. Basta con mirarnos para darse cuenta de que yo he trabajado mucho más que tú, que he sufrido y sudado el doble por lo menos, así que no me pidas cuentas ni cuentos y ponte a estudiar los tipos de anzuelo que algunos son muy eficaces. Puedes hasta engañar a gente con carreras y doctorados y cátedras con ellos, fíjate. Basta con que interioricen la paradoja de que, en un mundo donde el poder es así de estúpido y desalmado, si no quieren acabar siendo sus objetivos, tienen que serlo.
      



  

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