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    La verdad es que no he leído ningún libro de Almudena Grandes. No lo digo con orgullo, sólo porque es así, y aunque a veces sí les echaba un vistazo a sus columnas en prensa lo que conozco de su obra novelística lo conozco por el cine, que puede ser mejor o peor pero nunca lo mismo. A ella (al personaje público, quiero decir) sí la conocía, claro, y si bien no la tenía catalogada entre lo peor del gremio tampoco me atraía especialmente. Por eso me ha sorprendido un poco la ola de afecto, creo que en muchos casos sincero, que ha traído su muerte: ni siquiera sospechaba que fuese una persona tan querida por tanta gente. Me ha hecho pensar que tal vez sí debería leer algo suyo con más calma y otra mirada, y sobre todo, ya tirando del hilo, que en realidad sí he leído un montón de libros de otra gente con la que así a ojo de buen cubero coincido menos todavía. Dragó, Vargas Llosa, Pérez Reverte, Eslava Galán, Juan Manuel de Prada, Arcadi Espada, ¡Antonio Burgos!... De todos estos he leído al menos un título, y en algunos casos cinco o seis. Ya los he dado a todos por amortizados, eso sí, pero en su día lo hice por curiosidad, por esa célebre "falta de prejuicios" que hay que tener para no valorar una obra por las inclinaciones de quien la ha escrito sino por su valor objetivo como trabajo literario. Y es cierto, o yo al menos considero que lo es, aunque entonces me pregunto por qué esta máxima tiende a aplicarse sólo a señoros de centro derecha o de derecha bastante descentrada incluso. Por qué cuando tenemos que librarnos de nuestros prejuicios es siempre para escuchar al nacionalcatolicismo mozo o al neoliberalismo militante y sus sucedáneos más o menos moderados y no a las señoras progres que ganan mucho dinero y siempre están dando la murga con el feminismo trasnochado y la guerra civil, que es bastante más moderna pero también nos cansa. Porque yo siempre que oigo hablar del tema (Javier Marías diría "escucho", que es más correcto) es para que me cuelen a algún nuevo talento que acaba de descubrir esa conmovedora superstición de la ley de la oferta y la demanda, o que ha sido injustamente demandado ante la ley, pero ante la otra en este caso, por dos o tres comentarios misóginos/racistas/homofóbicos sacados de contexto y mal interpretados por los de siempre. O tal vez para no ser demasiado severos con algún destacado autor de nuestras letras contemporáneas al que le gustan las travesuras políticamente incorrectas pero que en el fondo es un titán, un coloso, un Homero desatado cuando se deja de tonterías y saca su rol cervantino para dejarnos a todos pasmados con lo que plasma en cada línea si lo sabes entender y no te dejas sorber la chola por el griterío histérico de la chusma...  Con individuos de esta naturaleza es con los que hay que perder los prejuicios, atreverse, pensarlo con lucidez y ecuanimidad, no caer en los estereotipos, aunque en las estereotipas pues bueno... Porque es que siempre cuentan la misma historia y encima no muy bien, sin esa potente raspadura en la voz de tragarse polvorones a docenas sin beber agua. Eso me hizo pensar la noticia: ¿por qué nunca leí una novela de Almudena y sí de todos estos otros superventas nacionales? ¿Unos son pesos pesados con matices y la otra una pesada a secas? ¿Para ser original hablando de la guerra civil tienes que recordar una y otra vez que murió gente en los dos bandos, que es algo que sucede en todas por definición, y dejar ahí la historia para pasar a la acción trepidante y con polvorones de los buenos? ¿Al tipo duro y descreído y no a la pobre señora que amaba aunque no la dejasen...? Que todo esto pueden ser también prejuicios, no digo que no, y muy probablemente lo son, aunque a veces yo también los tengo con el mismo derecho, orgullo y razón con que otros tienen los suyos, no te jode. Así que me figuro que algún día, no sé cuándo, acabaré leyendo algo de Almudena, que los tenía mucho más parecidos a los míos que los de todos estos grandes con minúsculas, que al final no creo que escriban mucho mejor si te pones a juzgar las páginas, y no digamos ya las pajinas, una a una y sin la ayuda de las mil reseñas elogiosas y los críticos que te explican, como si fueses bobo, que debes interpretarlas con una mente abierta y por supuesto una cultura muy superior. 

Comentarios

  1. Yo sí leí sus primeros libros. Mejor dicho los deboré.
    Cuando empezó con la última serie hice el esfuerzo de leer el primero. Abandoné el resto. A pesar de todo, comprendí lo populares que eran. Había muchas amigas que seguían devorándolos.
    Ahora he sentido mucho su muerte. Era demasiado pronto también. Ella vivía en mi barrio. Ella participó en todas las primeras batallas contra el campo de golf. Todos los años realizaba un acto, pequeño, con la asociación feminista vecinal. Acudió a la llamada de la pequeña librería de Vallecas que nos convocó a un acto en el cementerio como homenaje a Miguel Hernández.
    Valoro todas esas cosas. No creo que tengan que ver con la literatura, aunque también.
    Sí, yo he buscado alguna novela para leer o releer.

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